Cristo nació y sigue naciendo con cada nacimiento, cuando la fe nos hace proclamar que somos hijos de Dios. Pero su luz, a veces, sigue permaneciendo oculta. La consecuencia, ayer, como hoy, es terrible, dado que los inocentes al no conocerla, siguen muriendo. El capítulo 2 del evangelio de Mateo es tan real en nuestra sociedad, como lo fue en la de Jesús. Los magos (que ni son tres ni conocemos sus nombres), que representan al mundo profano, ven en las estrellas (la ciencia de entonces), el anuncio de la oficialidad judía. Pero aquella oficialidad desconoce la verdad. Aquellos que deben ser luz para las naciones, como las vírgenes del evangelio, se han quedado sin aceite para sus lamparillas. Así la estrella, que ha conducido a los magos durante interminables jornadas, se oscurece a escasos 10 Km de distancia de donde se encuentra la verdad: el Niño Dios. Y ayer, como hoy, son los inocentes los que pagan las consecuencias, pues continúan desconociendo que la muerte no existe para la vida que Cristo, desde la cuna, viene a donar al mundo.
La estrella sigue iluminando aquel eterno nacimiento. Ahora, como entonces, nos podemos quedar con los regalos (oro, incienso y mirra), pero su simbología alcanza y trasciende los tiempos cibernéticos de la actualidad. Podemos buscar en Internet la noticia de aquél nacimiento, pero su luz (estrella), no está en la red, continúa brillando en los corazones de los hombres y mujeres de buena voluntad ¿Ocurrirá como entonces? ¿Seremos ahora los cristianos los que oficial mente apagamos la estrella? ¿Seguirán viniendo los de fuera (ateos, políticos y magos), los que vengan a enseñarnos la inocencia virginal del Amor? ¿Iremos buscando, como las vírgenes falsas del evangelio, el aceite para las lamparillas, sin vivenciar que la luz para el mundo sigue alumbrando en el corazón de la gente que cree en la bondad del amor encarnado?
Como entonces, meditemos con Mateo si no somos los “oficialmente creyentes”, los que a veces hacemos desaparecer la estrella. Ayer como hoy las consecuencias siguen siendo desastrosas.
Y el que tenga oídos para oír…