Acabamos de vivir una fiesta pagana (“truco o trato”) que, sin embargo, como gran parte nuestra tradición, tienen un origen religioso y finalmente cristiano. Vivimos tiempos en los que lo religioso y lo pagano se mezclan, olvidando en la noche de los tiempos la causa de donde proceden los actuales comportamientos.
El origen celta de esta tradición recuerda aquella noche de los espíritus que venían a importunar a los vivos. De hecho, los celtas en estas fechas, conmemoraban el final y el comienzo del año. Había que anunciar el otoño con los mejores augurios, motivo por el que no era bueno ponerse a mal con los espíritus de los muertos que, como la Santa Compaña, vagaban por el dominio de los vivientes.
El sector comercial de la sociedad, que siempre ha tratado de hacer negocio con las gentes y sus tradiciones, ha actualizado y socializado esta costumbre con un único objetivo: “hacer caja” vendiendo trajes de disfraces, toneladas de bombones, caramelos, caretas, pinturas, etc., de tal forma, que aquellos ancestrales espíritus se han convertido, en aras de la modernidad, en inocentes criaturas: niños y niñas que, debidamente disfrazados del miedo y horror que provoca la muerte, llaman a las puertas de las casas vecinales, ofreciendo un trato para evitar la diablura, o truco, que están dispuestos a llevar a cabo si el acuerdo no se realiza, es decir, si no se les entrega la oportuna dádiva.
Cualquier dádiva, “migaja” o “migallo” es aceptada, como la que en tiempos pasados solicitaban los niños de puerta en puerta por las tierras de Galicia el día de la festividad de los Reyes Magos. Ahora el “migallo” se solicita, tanto en Europa como en América, en el día de los difuntos.
Hemos comenzado nuestra reflexión recordando el origen de estas fiestas que no debieran darse en lugares donde se vive la tradición evangélica ¿Por qué? Porque “la muerte de Jesús y la tumba vacía representan la culminación de este camino…”. Estas palabras pronunciadas por el Papa Francisco en una de sus homilías, recuerdan que para un cristiano la muerte ha sido vencida por la resurrección.
Visitar tumbas es una tradición loable pero no de origen evangélico, antes bien, Cristo nos recuerda que quien cree en Él, cree en la fiesta de la vida, que es la resurrección, pero no en la de la muerte, que es la fiesta de los difuntos… vivientes: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? (Lc 24, 5). Esta frase iba dirigida contra la tradición pagana de los que creían que todo acababa tras la muerte, y por ello visitaban las tumbas.
Francisco lo ha recordado, la culminación de nuestro caminar no es la muerte, sino la vida. La costumbre de visitar al difunto, por muy loable que sea, emana del paganismo. La dura contestación de Jesús a uno de sus discípulos no deja lugar a la duda: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8, 23). Quien cree en la muerte, como final de la vida, de hecho, ya está muerto. Visitar y recordar a nuestros seres queridos ya difuntos es un deber humano, que, especialmente en Galicia, tenemos a bien conmemorar cada año, pero teniendo presente, por mor de la fe, que nuestros seres queridos no están muertos, sino vivos. Y que nuestros difuntos “para este mundo” viven desde la eternidad que ya han alcanzado y rezan por nosotros tanto o más que lo que nosotros rezamos por ellos.

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