En aquellos tiempos, tenía no más de 14 años cuando fuimos los del Hogar del Empleado a vivir la Semana Santa a un pueblo de la sierra cuyo nombre no recuerdo. Llovía a mares; no pudimos celebrar la procesión, con el tiempo que nos había llevado prepararla.

Los sacerdotes y monitores que iban con nosotros, para entretenernos, nos animaron a escribí un verso sobre la Semana Santa, que tenía un premio para el ganador. Yo escribí el siguiente:

El cielo inspira tristeza

y el sol oculta su canto,

¿Primavera: estás inquieta

porque es semana de llanto?

Gané el premio: un bote de melocotón en almíbar… y una de las mejores experiencias de la Semana Santa que recuerdo.

Desde entonces sé que nada puede impedir vivir estos días recordando el misterio, al margen de las circunstancias (Corona virus). A veces es el folklore el que impide tomar conciencia de lo sucedido (que sigue sucediendo), en la historia del ser humano: nacer a una nueva verdad.

Somos algo más que carne. Carne necesaria en un universo material ¿Pero, qué sucede si existe otro universo inmaterial? Nuestro principio es la luz. Hágase la luz… Todo comenzó con los fotones en movimiento. La resurrección, liberada la carne, siempre ha sido luz, resplandor, blancura tan deslumbrante que las mujeres al verla huyen de espanto; el aspecto de la resurrección es como de un relámpago. Cada evangelista trata de expresar lo inexpresable, pero todos coinciden en que tras la puerta del misterio, la vida continúa.

La energía que ha hecho posible lo material, continúa de forma inmaterial. Hay un más allá que está en el más acá, siguiendo la teoría de la física cuántica.

Quizás alguien se pregunte ¿Qué tiene que ver esto con el bote de melocotón?

Todo en la vida es experiencia, aquel bote que compartí con mis compañeros, me abrió la puerta del misterio: Parece absurdo, quizá lo sea, pero al saborear el melocotón y tragar su carne, quedó en mis papilas gustativas el auténtico sabor de aquella sabrosa carne, el motivo de su materialidad. La carne ya no esta ba, pero su esencia, sí.

Desde entonces busco mi propia esencia haciéndola crecer para que no desaparezca cuando mi materia ya no esté aquí. Ese fue el inicio de mi vivencia de la resurrección.

En el trascurso de mi larga vida sigo teniendo otras muchas intuiciones de este misterio, pero tenemos que hacernos niños (virginalmente hablado), para verlo.

En cualquier caso, siempre, la procesión va por dentro.

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