Se acerca el día del padre, el día de San José, patrono Universal de la Iglesia desde el siglo XIX, y sin embargo, es el gran olvidado de los creyentes. Pepe (padre putativo), para la gran mayoría que no conoce de letras pero es cercano a las costumbres, era un hombre justo. Su justicia, no era a la usanza de los hombres religiosos, si hubiera sido así, habría mandado lapidar a María. La justicia de José trasciende la Ley de Dios conocida por aquél entonces como Tora. José, es el hombre justo porque comienza a comprender que Dios está por encima, incluso, de la Ley, nunca por encima del ser humano, ya que es en él donde su revelación se hace presente.
Según el derecho romano que imperaba en la época del nacimiento de Jesús, la paternidad legal era más importante que la física. El hijo al que recogía el padre en el momento de nacer y le imponía el nombre, era el hijo reconocido en la polis . El hijo que heredaba, como Jesús, la estirpe de David, aunque, de hecho, la genealogía de Mateo deje entrever que Jesús, más que judío, tenía un origen universal.
A veces, explicar a los jóvenes la grandeza de Dios, como padre, es complicado ¿por qué?, porque la familia actual no es como la de José: fiel hasta en la adversidad. A los jóvenes que provienen de familias desestructuradas y con un padre problemático, les cuesta reconocer a Dios como padre. A Jesús le encanta este reconocimiento “abba” (papaíto). Ello deja constancia del amor que tuvo, también, hacia José. La sabiduría que refleja Jesús en su obrar ¿de quién la aprendió?, de quien en aquella época tenía la exclusividad de la educación: el padre.
Desde aquella singularidad de la historia donde la divinidad se hace humanidad en Cristo, los hijos de Dios, hermanos del primogénito, es decir, los cristianos, los que somos hijos en el Hijo, reconocen a San José como el padre espiritual del sacerdocio universal. Un sacerdocio donde los padres como San José, aprehenden la paternidad al margen de la genética. Y es que desde entonces, para un padre, tener un hijo y saber que no es suyo, sino de Dios, es un acto de fe que sólo lo podemos comprender a través del símbolo sacerdotal.
Y el que tenga oídos…