Quizás algún lector recuerde, como algo del pasado, eso del adviento. Sin retórica alguna diremos que, eclesialmente hablando, es el principio del año, que nos acerca al comienzo de todo ser humano: el nacimiento.
Tal festividad reclama una nueva visión para aquél, que siendo creyente (nadie puede dejar de creer, siendo humano, al margen de cuál sea su creencia), vive esta experiencia.
Desde la religión católica, es decir, universal, y según nuestra tradición, la singularidad de cada nuevo nacimiento, viene reflejada por aquel nacimiento acaecido hace XXI siglos en Israel.
Igual que en el bautismo el padrino sostiene el cirio encendido, en estos tiempos de adviento, cada semana encendemos una vela que “alumbra” el nuevo nacimiento. El creyente va encendiendo las cuatro velas en el adviento, para meditar el asombroso milagro de estar en este mundo deseando reformarlo a base de amor y perdón.
Fuera de esta verdad interior que nos eleva hacia un más allá, para trabajar por un cambio, que siendo de este mundo, como dijo Jesús, todavía no lo es, en el exterior, se imita esta nueva visión, encendiendo, asimismo, luces, pero no como principio o comienzo de esta visión de la nueva humanidad, sino como final del año en curso. Así donde unos comienzan, otros acaban.
Nada nuevo, en semana santa también donde unos celebran la vida a través de todos los santos, otros celebran la muerte a través del Halloween. En el fondo aunque algunos desean evitar estas fiestas, ante su imposibilidad, lo que pretende es transformarlas para olvidar su procedencia católica.
A partir de estas semanas de adviento, escucharemos en televisión a gente que reitera constantemente lo odiosas que son estas fiestas y las ganas que tienen de que acaben. Pues bien, con esta reflexión deseo recordar que estamos en unas fechas donde todo puede ocurrir, pues el motivo del que emanan es el amor. Y a pesar de que existen personas que reniegan de él, existen, existimos otras que seguimos creyendo y esperando (con el adviento) que un cambio, es decir, un nuevo nacimiento (la eternidad de Cristo trasciende el tiempo), siempre es posible para quienes celebramos la vivencia de la eternidad desde el tiempo. Personalmente, en lugar de desear que acaben, espero que algún día llenen todo el año del calendario.