Estamos en Mayo, mes de María y de comuniones. Hoy voy a expresar la vivencia que he tenido al acompañar a mi nieta en la celebración de su primera comunión ¿Por qué decimos los cristianos primera comunión? Porque estamos convencidos que hay otras posibles comuniones a lo largo de nuestra vida ¿Es así? Desde el tiempo y espacio en el que estamos inmersos los humanos, no cabe duda al respecto. Ahora bien, desde el significado de la Eucaristía y la plenitud de los tiempos que reclama el Evangelio, la respuesta puede tener distintos matices.
La Eucaristía es el milagro con el que nuestra religión expresa la unión de lo finito y lo infinito. La posibilidad de adentrarnos desde nuestra humanidad, en la divinidad, a través de Cristo. Para que esto sea posible, tenemos que recurrir siempre a un hecho de la historia que es irrepetible, la conversión de lo natural (pan y vino) en lo sobrenatural (cuerpo resucitado de Cristo). Aclaro que la diferencia con el resto de las expresiones religiosas es, entre otras, que el cristiano no se adentra, propiamente dicho, en la esfera de la divinidad, sino que “descubre” (revelación) que es la divinidad la que, previamente se ha introducido en el ámbito de la humanidad (la Biblia, a través de los siglos, va dejando constancia de este hecho lineal de la historia, al romper la circularidad en la que estaban inmersos los saberes religiosos de la antigüedad).
Si bien desde “el tiempo” repetimos el hecho eucarístico, cada vez que asistimos a la liturgia de la misa, desde el “no tiempo” de Dios, el hecho se ha producido y no se puede volver a realizar, pues al ser eterno, abarca todo la historia de la humanidad. Ver a mi nietecita introducirse en este misterio sin conciencia del significado, me ha llevado a reflexionar sobre él.
Las primeras comunidades cristianas explicaban su vivencia crística de la siguiente forma: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (Hch 2,42). De aquí deducimos que una cosa es la comunión y otra la eucaristía o fracción del pan ¿Por qué hemos hecho de ambos eventos, uno? No es posible responder en unas pocas líneas. No obstante, reflexionemos con los pasos que nos marca Lucas en los Hechos de los Apóstoles.
Para amar algo, hay que conocerlo, por tanto la primera condición para entrar a formar parte de las primitivas comunidades cristianas, era aprender con las enseñanzas de los apóstoles; la segunda, era participar con la comunidad, es decir, estar en común-unión con ella. Esta común unión, en la que todos son uno en Cristo, se realizaba con la entrega personal de cada creyente a la asamblea (Iglesia) de cristianos. La tercera condición, era transformar esta visible común unión de la comunidad, en sacramento ¿Cómo? A través del recuerdo de la entrega de Cristo al partir el pan. Pero este recuerdo, emanando del Jesús de la historia, se revela como sacramento tras la resurrección de Cristo. La resurrección captada en el tiempo, pertenece a la eternidad. De ahí que en cada Eucaristía realizada en el tiempo, nos adentramos en el misterio de la resurrección, participando de la única Eucaristía realizada: la de Cristo.
No hay otra comunión más; hay la única que se abre al tiempo y que lo plenifica, cada vez que el sacerdote, en virtud de su ministerio, nos introduce en el misterio, recordando, con las palabras de Jesús, lo sucedido en la historia. La cuarta condición era dar gracias por esta revelación en la que sin dejar de ser humanos, o, precisamente por vivenciar la auténtica humanidad en Cristo, des-cubrimos (en el sentido de destapar lo cubierto), que somos Hijos de Dios.
La primera comunión de mi nietecita era la única posible de la que yo seguía participando, junto al resto de los cristianos que teniendo hambre de Dios, seguimos comiendo el pan bajado del cielo, con las sobras de aquella primera multiplicación de los panes (Mc 6,31-44); aquellos doce canastos, que representan a los doce apóstoles siguen repartiendo el pan de vida, con su enseñanza, común unión (Iglesia) y orando a través de los siglos. (Y pensar que todavía hay creyentes que se cuestiona cómo fue posible el milagro de la multiplicación de los panes, sin caer en la cuenta que seguimos comiendo, veintiún siglos después, de aquellas sobras).
Soy consciente que a veces me cuesta dejarme introducir en el misterio; siempre que ocurre esto, medito sobre el pasaje mencionado de Hechos, y recorro interiormente los pasos allí marcados y aquí recordados. No se puede dar la paz al prójimo, y menos participar de la Eucaristía, saltándose alguna de las condiciones que exige Lucas para ser cristiano.
Después de introducirse por primera vez en el misterio de la comunión le dije a mí nietecita: Ahora es el momento en el que tienes que comenzar a comprender, por experiencia propia, que nada de lo humano le es desconocido al Señor ¿Por qué? –me preguntó- Porque Jesús, todo lo comienza a ver a través de tus ojos y aunque antes también lo veía, tú, no lo sabías; ahora, al saberlo, tienes una responsabilidad distinta: la de darte cuenta que Él también está dentro de los demás, aunque no lo sepan; tú lo sabes, porque hoy estamos celebrando la primera vez de este descubrimiento-revelación. Desde hoy, tu tiempo y la eternidad de Cristo, se han unificado y siempre que vuelvas a comulgar, te unes a través de Cristo con toda la humanidad.
No sé si comprendió la respuesta, pero el tierno beso que depositó, y aún sigo sintiendo en mi mejilla, fue el mejor premio que recuerdo haber recibido.