Comenzamos el año 2022. Deseamos tener un año con el menor sufrimiento posible.
Felicitaciones para todos. Que así sea.
Pero quizás, en estos momentos, de tantos deseos de felicidad, bueno es reflexionar sobre su contrario: el sufrimiento, ya que él nos impide ser felices.
Es importante diferenciar su origen, pues un error muy común, cuando no hemos asumido su diferencia, es preguntarnos ante una tragedia: ¿Por qué Dios permite el sufrimiento?
Tan absurdo como preguntarnos por qué la circunferencia no es cuadrada
Esta reflexión, primera del año, aunque breve, creo que es intensa, pero si en estos primeros y virginales días, donde todo son buenas promesas, no la realizamos, seguro que los acontecimientos que estén por llegar, impedirán reflexionar sobre algo tan común y cotidiano como es el por qué Dios seguirá permitiendo un año más el sufrimiento del ser humano.
Cierro los ojos y medito…
Un mundo en creación es por esencia contingente: siempre existe la posibilidad de que algo suceda… o no. La contingencia, al no ser omnipotente, lleva en su devenir el error, el dolor, la culpa ¿Qué hizo Dios para atenuar este necesario sufrimiento de un universo en constante evolución? Poner frente a la finitud de la contingencia de todo lo evolutivo, la infinitud y seguridad del amor ¿Y qué es el amor? Ya lo hemos expuesto en esta red: la lengua hebrea lo define, si ello es posible, de la siguiente manera: amar es hacer el bien. Un paradigma que se encarna en la vida y obra de Jesús, el nazareno, que nos reveló que al amar nos humanizamos, es decir, encarnamos a Dios en nosotros, porque Dios es Amor.
El amor es la impronta que nos libera de nuestra finitud. Por tanto, la tradición bíblica nos muestra, no el sufrimiento debido a la contingencia de un mundo en creación, donde si llueve hay riadas y si no llueve sequías. A la Biblia le interesa el mal que brota del ser humano cuando lo que debía brotar es el amor. De ese sufrimiento, y no de la eventualidad de un mundo en constante evolución, es del que nuestra creencia cristiana, pretende salvarnos.
Por tanto, y a raíz de esta reflexión, podemos pensar que un volcán escupe fuego, no porque Dios desee el mal, sino porque nuestro mundo se sigue formando de esta forma. El mal está en construir casas por donde baja la lava o donde las riadas buscan la salida de sus aguas.
El sufrimiento que hemos de evitar, es el que generamos al no dejar que el amor se expanda (historia bíblica); el otro, es propio de un universo en contante expansión.
Y como dice nuestra tradición, el que tenga oídos para oír…