No es el número de misas oídas lo que nos salva, sino la Eucaristía vivida en común-unión, ¡tanto en el templo, como fuera de él! Cuando nuestra creencia nos une, actuamos conforme a lo que creemos y en esta conjunta actuación (común-unión), que emana de la fe crística, nada de nuestro prójimo nos es ajeno ¡Nada! Lo importante no es lo realizado, sino la fe recibida que, de hecho, nos lleva a actuar a favor del necesitado. El humanismo en general, como el evangelio, también trata de conseguir el bien del prójimo, aunque al olvidarse de lo trascendente, olvida una posibilidad del ser humano: la esperanza. El que cree, siempre espera, no se conforma con lo ya conseguido, sino que trata de trascenderlo. Por esta razón cercenar la trascendencia en el acontecer humano es una aberración. Cosa distinta es que, a veces, a través de la religión, se pretenda manipular, no solo al ser humano, sino a la mismísima divinidad.