Juan Luis de Alarcón decía en su comedia “No hay mal que por bien no venga”, y desde entonces lo vienen repitiendo nuestros mayores. La moneda del acontecer humano, tiene dos caras ¿Por qué quedarse con la de la cruz, si también existe la de la felicidad? La primera nos hace comprender la segunda y viceversa.

La cruz es símbolo de sufrimiento, de dolor, de muerte. Recuerdo que en el colegio nos señalaban al crucificado, cada vez que teníamos que resolver problemas o acatar castigos.

-Más sufrió Él. -Nos espetaba el padre Benjamín.

Con los años aprendimos que aquella cruz señalaba el triunfo de la resurrección. Quedarse en la cruz era y sigue siendo puro masoquismo impropio de creyentes, como quedarse mirando el dedo que señala la luna.

Quien desea, busca y se queda en el sufrimiento, como algo querido por Dios, antes de ir al templo, ha de visitar al psiquiatra.

La letra con sangre entra, decían nuestros mayores. A mí, lo único que me entraba, eran las ganas de desaparecer. Pero hoy reconozco que hay cierta verdad en el dicho. El valor de las cosas depende de lo que cuestan adquirirlas. La mística de nuestras tradiciones nos revela que toda felicidad se encuentra en la cúspide del Gólgota, allí, en el monte de la Calavera, es donde alcanzamos la transformación.

Las dificultades cuando son vencidas, dan más alegrías que las penalidades pasadas para vencerlas.

Decía San Agustín: “¡Oh feliz la culpa que mereció tal Redentor!”. Desde la visión cristiana, hasta el pecado puede mostrar en su oscuridad, algo de luz.

Todo es un aprendizaje para el ser humano. El vaso por la mitad, siempre estará medio lleno. La esperanza es consecuencia de la fe. Y la fe nos hace exclamar: Si es posible, aparta de mí este cáliz (Mt 26,39).

En los momentos actuales ¿Qué decir del vírico mal que nos invade?

Si nos quedamos en la cruz, sólo veremos enfermedades, sufrimiento, miedos, muertes. Pero, si creemos en la resurrección…los del más allá, los que nos han dejado, están vivos y los del más acá, al querer vivir… meditamos con el virus que nos rodea, con el fin de ponerle al mal tiempo, buena cara:

– Hemos tenido la oportunidad de reflexionar sobre lo efímera de la vida. Hemos aprendido a vivir de instante en instante, donde la muerte, por no existir tiempo, desaparece. Posiblemente el tiempo únicamente exista en nuestro cerebro. Siendo así ¿Podríamos entender el significado de la plenitud de los tiempos que proclaman las Escrituras?

– La búsqueda de la vacuna y medicamentos contra el coronavirus ha hermanado a la humanidad. El dicho popular, no hay mal, que por bien no venga, se ha encarnado en nuestra nueva forma de vida.

– La salvación universal había quedado en el olvido, sin embargo, ahora, todos rogamos, creyentes y ateos, para sentirnos a salvo de este mal que nos invade.

– La parábola del buen samaritano se ha encarnado en nuestro mundo al tratar de ayudar al necesitado. Ahora, como entonces, la creencia tiene menos importancia que el creyente (todos, hasta el ateo, creemos en cosas que no podemos definir).

– La cruz de esta pandemia nos ha mostrado la cara de la humanidad a través de los muchos redentores que han estado dispuestos a perder la vida por salvar la del prójimo. Hoy, también la cruz puede ser, y es, motivo de salvación.

– Por supuesto que entre tanto trigo, también crece la cizaña: Algunos se quieren apoderar de la vacuna, mientras otros pretenden hacerse millonarios con ella.

La cara y la cruz seguir án existiendo hasta el final de nuestros días, pero trabajando por la felicidad del prójimo (cruz), alcanzamos la nuestra (cara).

Sin obviar la cruz de la moneda, vivamos la cara.

El mundo está necesitado de vivir lo único que merece ser vivido, la VIDA, Descubierta esta simple verdad, busquemos la vacuna contra el COVID 19, para que la muerte no llegue a nosotros improvisada y traicioneramente, sino que seamos nosotros los que nos alleguemos a ella, paso a paso, pero sin prisa.

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