Esta semana hemos escuchado en el evangelio que para ver es necesario creer. Tomás creía que era a la inversa, que solo cree quien, previamente, ve. Y él quería ver, observar, tocar al que había muerto y decían había resucitado.
Y un día se encontró frente a la verdad. Pero sus manos no pudieron tocaron la verdad. El ser humano, allá donde se encuentre, siempre estará en búsqueda, en camino hacia la verdad.
Mete tus manos en mi costado ¿Cómo, si la finitud no puede, tan siquiera, rozar el infinito?
¿Metió Tomás sus manos? ¡Imposible! Tomás creyó en la presencia de Cristo, y solo entonces vio… y al ver le oímos decir: Señor mío y Dios mío.
Tomás, como hoy nosotros, ante la presencia de los creyentes (apóstoles), se convirtió en uno de ellos y así pudo ver el misterio que estaba presente y sigue estando presente para quien tiene ojos para ver ¡aunque esté ciego!
Las verdades del alma no necesitan de visión ocular, necesitan fe y esa es la que estaba adormecida en la creencia de Tomás y, a veces, sigue estando adormecida en el día de hoy.
Pablo, ante este sopor exclamará: “¡Despierta! Tú, que duermes y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef 5,14).
Quien está dormido, está muerto. Quien está muerto nunca podrá “ver” la vida que representa la resurrección.
Y el que tenga oídos para oír…

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