En aquellos tiempos, que son estos, también existía el luto oficial. Pero en el pasado de nuestras tradiciones, se aireaba la muerte, tanto como hoy se esconde.
Se moría el hijo del faraón y todas las familias lloraban como si del propio hijo se tratara. Esta escena ha recorrido la historia al narrar la décima plaga que padecieron los egipcios, y que, por supuesto, no quiere decir que Dios matara a los primogénitos egipcios. Tras éstas y otras calamidades, los esclavos iniciaron el éxodo dirigidos por Moisés (Ex 12, 29-34).
La historia antigua hay que estudiarla conforme a los signos y perspectivas de universo de aquellas sociedades. Aquellas confederaciones de tribus venidas de las tierras de Canaán, entendieron que la mano de Dios les había salvado de la esclavitud. Contaron esta salvación tal y como podían entenderla sus contemporáneos. Hoy con el estudio de la civilización minoica y la volcánica isla de Santorini, la narración sería distinta, pero la salvación que vivió Israel sería la misma.
Tanto en Egipto como posteriormente en Israel, el dolor del luto era proclamado, cantado, a través de las famosas plañideras (Jer 9, 16s). Mujeres que escenificaban el dolor al acompañar a la familia a depositar el cadáver en tierra.
Este acompañamiento oficial, recorría las calles anunciando la pérdida del ser querido. Ellas, profesionales del llanto, representaban el dolor de la familia y de los amigos. Según la creencia popular, era una forma de hacerle llegar al difunto, que bien podía descansar en paz, puesto que sus seres queridos le amaban y sentían tan lamentable separación.
Estas tradiciones, se siguen representando cada año en diversos lugares de Europa, en España, entre otras, tenemos la procesión de la Santa Compaña que se celebra en las tierras de Galicia.
La tradición es cultura, y a veces, no gusta recordarla, evitando dar a conocer de dónde venimos, que es la única forma de no saber, quiénes somos y a dónde vamos (Qo 7,2).
En España, por fin, ya hemos declarado el luto oficial. Nunca es tarde si la dicha es buena. En este caso más bien se trata de reconocer la desdicha, al igual que en el pasado. Pero antes no se huía de la muerte como algo vergonzoso, todo lo contrario: se anunciaba.
Hoy la muerte es pura estadística. Huimos de ella, los tanatorios ocultan la tragedia, como las calles de las capitales en donde es difícil, por no decir imposible, ver un coche mortuorio.
Nuestra oficialidad, según va huyendo de sus tradiciones, trata de retardar estas manifesta ciones. Hoy se oculta la muerte, y, paradójicamente, se la recuerda cuando comienza a alejarse.
Así no recordamos el dolor por la pérdida de tantos seres. Así evitamos sentir el fracaso que se mide por votos. Proclamamos luto oficial nacional, cuando apenas hay muertos. Y si los hay, ¿se esconden?
El mundo al revés, porque el dolor de tantas pérdidas de seres queridos, no desaparece ocultando cadáveres, hay que retornar a nuestras tradiciones, expresando al mundo el dolor que nos invade.
Hoy, lo importante es poder culpar al adversario de todo lo malo que nos está sucediendo.
Ahora que vivimos los tiempos litúrgicos del Pentecostés del Espíritu, aunemos nuestras distintas formas de pensar en aquello que nos une. Poco importa el nombre y motivos que le demos a esta unión que recorre el mundo. Al final, aunque se inicie partiendo del egoísmo e intereses propios, nos encontramos con esa energía que llamamos amor.
El lenguaje del amor, hermana a la humanidad. Esa experiencia pentecostal, la estamos volviendo a vivir, aunque como hace veintiún siglos, no lleguemos a comprender lo que está sucediendo.
Antes, las noticias iban de boca en boca. El Pentecostés expresa esta verdad con aquellas, como lenguas de fuego que se posaron sobre los apóstoles (Hch 2,3). Ahora las noticias vuelan a través de la red. Es difícil entender este lenguaje ¿acaso lo entendieron entonces? Los creían borrachos; hoy, ni siquiera nos creen. Pero el Espíritu se sigue manifestando, para los que ven, como en el Éxodo de Moisés, la salvación del pueblo.
Aunque tarde, mostramos el dolor por nuestros muertos.
Aunque tarde, mostramos nuestra hermandad en esta humanidad donde todos somos uno.
Más vale tarde que nunca, decía la abuela; Dios aprieta pero no ahoga, contestaba el abuelo.
El luto de nuestros días nos ha hermanado para generar una realidad nueva. Y es que el Evangelio, siempre ha sido algo novedoso que se renueva en el interior de cada ser humano. Aunque éste, siga sin comprender lo que está sucediendo.