En aquellos tiempos, que son estos…
Moisés no se hacía con aquellos rudos hombres que habían estado con trabajos forzados durante décadas y ahora huían de Egipto en busca de nuevas tierras donde vivir:
A veces, añoraban la esclavitud egipcia, al menos allí tenían comida y leyes a las que atenerse. Horas de duro trabajo, sí, pero todo dentro de un orden que añoraban en sus largas jornadas andando con mujeres y niños hacia la tierra prometida: “Ojalá hubiéramos muerto en Egipto a manos de Yahvé, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos: Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea” (Ex 16, 3).
Cuando Moisés se encontró con su suegro Jetró, sacerdote de las tierras de Madián, y vio éste “el trabajo que su yerno se imponía por el pueblo” (18, 14), le aconsejó diciéndole: ”Enséñales los preceptos y las leyes, dales a conocer el camino que deben seguir y las obras que han de practicar” (Ex 18,20). Moisés escuchó pacientemente sus consejos, reunió a los ancianos y les propuso la iniciativa de su suegro: Un pueblo necesitaba leyes, no era posible mantener el orden de aquellas gentes si cada uno hacía, o creía hacer, lo más conveniente.
Y en el monte Sinaí, ante la presencia de Dios, fueron naciendo, entre otros, los diez mandamientos que aún hoy conservamos. Leyes que harían posible la convivencia de aquellas tribus, y el nacimiento de un nuevo pueblo: Israel.
Han pasado siglos desde entonces, para la historia humana, apenas unos minutos, y aunque parezca un sueño, por lo increíble de los sucesos, nos encontramos en las mismas circunstancias, salvando las distancias, que en los tiempos mosaicos.
Un pueblo sin leyes, sigue sin poderse sostener. Tras la pandemia hemos soportado la pérdida de personas y de derechos, todo para evitar al enemigo, que cual faraón, nos persigue sin descanso: COVID, de la dinastía decimonovena.
Un año huyendo para encontrar remedio.
En aquel entonces, Dios les envió el maná, hoy, la vacuna; pero el pueblo pide leyes nuevas que puedan satisfacer las necesidades éticas del momento. Las leyes anteriores no están hechas para manejar una pandemia, mas el nuevo gobernante, no es Moisés, y lejos de ordenar que los nuevos “ancianos” se reúnan en el “monte” del Congreso, desoye la voz del pueblo.
¡Ya tenéis la vacuna! Sí, pero la vacuna, como el maná y las codornices, no dependen de él, las leyes, sí.
Y la gente, sin orden, comienza a ir por distintos caminos, sin concierto, a la deriva. Ahora no hay un Jetró que haga recapacitar al actual dirigente, de la urgente necesidad de crear leyes para encauzar la nueva situación.
¿Hasta cuándo? ¿Cuántos han de seguir muriendo para que se restablezca el orden? ¿No hemos aprendido nada del nacimiento de la ética mosaica? ¿Hemos sido incapaces de crear nuevas leyes que permitan un orden frente a la pandemia?
¡Jo, que tropa! Aquellos se salvaron al pasar el mar rojo, nosotros, con el agua al cuello, ¿nos salvaremos en este mar de incertidumbre?