Hay tradiciones, que por pertenecer al acervo cultural religioso, están profundamente arraigadas en nuestro inconsciente colectivo. Una de ellas es la veneración por el toro. Y ello, al margen de ser o no seguidor de la tauromaquia.
Ya en el siglo XIII a.C., en la época de Moisés, vemos a los israelitas que han salido de Egipto, adorar al Becerro de Oro. La imagen del toro ha recorrido el imaginario religioso, hasta tal punto, que griegos y romanos siglos antes de Cristo, rendían culto a la diosa Cibeles. Los neófitos se bautizaban a través del rito llamado taurobolio. Este rito consistía en impregnarse con la sangre del toro, para adquirir su fuerza y vitalidad.
Nuestra fiesta nacional sigue tratando de demostrar, al margen del hecho religioso de donde procede, que la fuerza, como la de Sansón, sigue estando en la inteligencia. Lo importante en el toro y en el torero, no se encuentra en los testículos (ambos a su manera los muestran), sino en lo oculto que ha de revelarse en los tercios de la lidia (lo sacral siempre se expresa trinitariamente). Parece ser que fueron los romanos los que trajeron a España estos ancestrales ritos. Dejaron su impronta en lugares como la villa romana de Arellano en Navarra o en la localidad de Santa Eulalia de Bóveda en Lugo.
Lo que hay tras la fiesta nacional, no es el recuerdo de un mundo salvaje, sino memoria de nuestras tradiciones, no en vano la Unesco podría en un futuro no muy lejano declararla patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. Confieso no ser taurino, pero no por el sacrificio del toro (pocos animales son tan mimados en nuestra piel de toro, como los de lidia), sino porque la visión de la sangre no me es grata.
Arremeter contra esta costumbre, es intentar borrar de nuestro inconsciente colectivo, una de las tradiciones más humanas de nuestro pasado: Tradición que hasta el día de hoy, trata de recordar que la fuerza del ser humano, no está en sus músculos, sino en su inteligencia, y es ella, y no el instinto, la que siempre nos remite a un ámbito del ser más allá del mundo de la experiencia. Así, la fuerza de tan hermoso animal, puede ser burlada (en su aparente debilidad), por la inteligencia del ser humano. Debilidad presentada, incluso con la vestimenta que muestra el torero a través de su ceñido y llamativo traje de luces. Dios quiera que esas luces iluminen tanto a sus detractores, como a sus defensores, a fin de ambos encuentren un diálogo más allá de las ideologías que parece están detrás de sus respectivos argumentos y que motivan sus constantes enfrentamientos.
El conocimiento del culto religioso (expresión de la cultura de cada sociedad), puede servir de puente de unión tanto en éste como en otros actuales enfrentamientos de nuestra sociedad. Su desconocimiento, por el contrario, es síntoma de la incultura que estamos padeciendo.