En este blog de opinión, desde la Puerta del Sol, símbolo de movimientos de todo signo y lugar desde donde parten todos los posibles caminos, escuchamos diferentes disonancias. No está en mi ánimo disentir o consentir, trato, simplemente, de discernir, con la noble actitud de trabajar para convertir la Babel de nuestros días, en el Pentecostés del entendimiento y la concordia.
El mundo, consciente o no, está experimentando una energía, una fuerza, una vitalidad (el nombre carece de importancia), que antes parecía dormida ¡Hombres de poca fe! Los creyentes, dentro de nuestra vieja tradición abrahámica, llamamos fe, a ese hálito generador, de la mítica aura viviente que nos rodea.
Fe, que como el viento, sopla por doquier. Nunca como hoy podemos observar cómo la fe y la ciencia se aúnan en un mismo caminar. Unos rezan porque creen que estos tiempos pasarán, y todos porque se creará el antídoto del mal que nos acecha.
Estamos en la creación, y en nuestros mitos ancestrales, como imágenes y cénit de este universo, participamos de ella, no como simples espectadores, sino como actores. Con palabras de Pablo de Tarso: “Puestos a modo de espectáculo del mundo” (1 Cor 4,9).
El telón se levantó en la noche de los tiempos, cuando aún no habíamos llegado, la función de la vida permanece inacabada, la cortina está alzada; cabe preguntarse: ¿somos actores, o como espectadores nos limitamos a criticar a los que están en escena? Hemos sido llamados a este teatro de la vida, para ser algo más que simples figurantes o críticos de lo que sucede.
Nada está escrito, todo se está escribiendo. Y los que usan su energía (fe), para crear, buscan soluciones a los problemas: unos, jugándose la vida, para salvar la actuación de los otros; aquellos, buscando incansablemente (hoy más que ayer), “textos” que permitan a los actores seguir en escena y con ello evitar que el telón caiga en un apocalíptico final. Éstos, los de siempre, los espectadores, criticando cualquier error o fallo en la ejecución, pero sin abandonar los bastidores. Los más, interpretando el devenir de la historia, aunque solo sea para pasar la antorcha a los que han de seguir la inconclusa representación.
¡Cuántos millones de vidas le ha costado a la humanidad llegar a este eterno instante donde escuchamos: ¡a escena! ¡Y dijo Dios! (Gn 1,3). Todo sigue ocurriendo en este instante.
Hemos de proseguir. Necesitamos escuchar para creer y para crear. La Biblia nos recuerda que desde el principio de la creación el ser humano es imagen de su Creador (Gn 1,26). Dios pensó un universo, y al creer posible su existencia, lo creó. La creación, como obra teatral que se ini ció en los orígenes… continúa. Entre tanto, Dios “descansa en el séptimo día”; ahora, los humanos (para serlo), tenemos que seguir creando en este inacabado y mítico tiempo (Gn 2,3).
Hoy, los que deseamos estar en escena, declinamos ambos verbos en un presente abierto al futuro: ¡creo! La ciencia cree posible encontrar soluciones a nuestros problemas actuales, y está intentando crearlas. Cuánta fe recorre nuestro universo, cuánta vida ante la muerte que acecha tras el telón de fondo.
La peste negra de nuestros recuerdos ha hecho posible el virus de nuestros días ¡Bendita culpa! Si aquellos no hubieran creído ¿habríamos llegado a crear vacuna alguna? Si esta epidemia les hubiera acorralado a nuestros antepasados, hoy, posiblemente, no estaríamos aquí ¡Cuánta luz ante tanta oscuridad!
Fe y ciencia siempre se han abrazado con caridad, con cariño, con caricias: voces hermanadas al pertenecer a una familia común, universal (católica). De esta unión, esperamos el milagro que hará posible que el teatro de la vida, continúe.
En román paladino: la ciencia no puede ir contra la fe, ella (la fe), es su necesario generador. Nuestro planeta está pendiente de esta invisible unión (como todo lo humano que precisa trascender la finitud de lo ya creado).
Con la fe, creemos y pedimos a Dios que nos ayude a encontrar solución a nuestra actual pandemia. Con esa misma fe, nuestros científicos trabajan sin descanso para crear la vacuna universal que nos salve, cual nuevo Éxodo, de la opresión que estamos padeciendo.
Creer, en virtud de la fe, para seguir creando. Y aunando ambos conceptos seguir proclamando ¡Yo creo! Y el telón seguirá abierto hasta la consumación de los tiempos ¡Hombres de poca fe!