Una breve pero necesaria aclaración sugerida por un lector.
No hace mucho tiempo, la lectura de la Biblia estaba prohibida. Hoy muchos creyentes afirman que si bien pueden leer sus páginas, más vale no hacerlo debido a la confusión que generan, especialmente los textos oscuros del A.T.
¿Por qué, se preguntan, ha hecho Dios las cosas tan complicadas? ¿No era posible desvelar su verdad de forma más sencilla?
Estas y otras preguntas lo único que hacen es “echar balones fuera”. Dios no es complicado, en todo caso es trascendente; lo que es complicado es el ser humano. Y Dios se nos revela a través del ser humano. He ahí la cuestión.
La Biblia no es un libro, es una biblioteca. La biblioteca de nuestros antepasados. En ella podemos ver la grandeza y pobreza de sus acciones; unas nos gustarán, otras nos desagradarán, pero siempre nos enseñaran cómo era el comportamiento de los que nos han pasado sus tradiciones, que hoy son las nuestras. Quien no cree en su pasado, no puede crear su futuro… en el presente… todo se realiza a partir del ¡yo creo! Al margen de las opciones personales en virtud de la libertad, así ha sido, es y será desde el Génesis de la humanidad “creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya…” (Gn 1,27).
La Biblia, como cualquier biblioteca, dispone de diversos textos. Una de las cosas primordiales que debemos conocer, es la imposibilidad de querer traducir un texto histórico, como si fuera un texto poético. Y aquí comienza la problemática a la hora de querer interpretar esta biblioteca, es más, a veces no es posible interpretar un mismo libro con idéntico criterio. Abrimos la primera página del Génesis y nos encontramos hasta el capítulo 11 con la prehistoria de Israel, que es la forma en la que explicamos nuestros mitos. Seguimos la lectura y hasta el capítulo 50 se nos narra la protohistoria de Israel, en ella está nuestro pasado más lejano. Nada de lo indicado ocurrió tal como es narrado ¿Por qué? Porque estos capítulos del Génesis expresan una verdad que lejos de haber ocurrido, está ocurriendo. De ahí que sea previa a cualquier historia.
Asimismo, los texto históricos, como puede ser los libros de los Reyes y Crónicas, no pueden ser interpretados, por ejemplo, como el profeta Jonás (que de hecho no existió) o Isaías que habiendo existido, su texto está dividido en tres partes y recopila, no sólo lo dicho por el profeta, sino lo transmitido por la escuela de sus seguidores años después de su muerte.
¿Qué decir de un libro sapiencial, como el de Job? La escuela de sabios que compusieron este texto, excede al personaje que le da su título. Y por supuesto, nada tiene que ver con el libro de la Sabiduría, aunque la temática sea la misma, los contextos en los que se escribieron son tan diferentes que no es posible comprenderlos si no conocemos la historia de los creyentes que la compusieron.
Al margen de todo lo expuesto, es muy importante conocer el lenguaje en el que fueron escritos, y no me refiero a la lengua (que también), sino al hilo conductor que los une. Si bien cada texto es diferente, existe un horizonte común en todos ellos, este horizonte es el teológico. Su lenguaje trata en todo momento de observar la historia del ser humano que cree en la existencia de Dios.
Los propios evangelios tienen como prioridad la interpretación teológica de los hechos. Lo ocurrido es secundario; lo realmente importante es comprender lo que Dios revela en los hechos narrados. Por tanto, si para comprender el fin último de los evangelios, es decir, la revelación de Dios, hay que trastocar los hechos, se trastocan, de ahí las diferencias de los evangelistas a la hora de narrar un mismo episodio.
La exégesis actual ha descubierto que dentro del lenguaje teológico no es igual hacer una lectura de la Biblia de forma diacrónica que de forma sincrónica. La historia del ser humano es imparable y cada contexto exige su propia traducción. Esto lo saben muy bien los historiadores. Para comprender la historia, hay que situarla en su contexto, de no ser así, le hacemos decir lo que queremos y no lo que ocurrió. Cosa distinta es que posteriormente se traduzca al presente. De ahí la constante manipulación a la que puede estar sometida. De ello el único culpable es el ser humano, bien por ignorancia, bien por intereses personales.
La lectura diacrónica traduce cada hecho al margen del siguiente y del anterior. Así la historia de las sagas de Abraham. La lectura sincrónica une todas las sagas para crear un hilo conductor que conduzca y de respuestas al presente. Por tanto sincroniza las diversas historias conocidas por los antepasados haciendo una composición única.
Ejemplos de lectura diacrónica podemos observarlos en el hecho de la constante repetición de la promesa hecha a Abraham, parece que al patriarca se le olvidara lo dicho en el capítulo anterior. Lo cierto es que hubo momentos de la historia que cada saga circulaba por sí misma, hasta que alguien las sincronizó pero dejando huellas del pasado.
Otro ejemplo clásico es el de las tablas de la ley. Los autores que sincronizaron la experiencia del Sinaí, se encontraron con dos textos distintos (el decálogo de Ex 20 y la alianza de Ex 34) ¿Qué hacer? Cuando Moisés recibe las tablas de la ley, baja del monte y ante el comportamiento del pueblo, rompe las tablas y vuelve a crearlas de nuevo. Así nos encontramos dos textos distintos de las tablas de la ley. La lectura diacrónica nos muestra dos momentos distintos de la composición; la lectura sincrónica nos muestra la unión de estas diferentes narraciones. Al encontrarse el autor con ambas, y gracias a que no eligió una en detrimento de la otra, podemos hoy leerlas a través de una unión hecha siglos después; el lector puede comprobar que lo que une ambos textos es la idolatría cometida por Israel al fabricar un becerro de oro: este es el momento en el que Moisés rompe las primeras tablas de la Ley. Por lógica este hecho no pudo ocurrir en el desierto ya que para fabricar una figura de oro, hay que fundir previamente el oro y para ello se necesitan hornos de alta temperatura con una tecnología impropia del Israel nómada que va atravesando el desierto.
Vemos, por tanto, que lo complicado es conocer la historia humana. Y esto lo podemos entender porque difícilmente vamos a comprender al prójimo si previamente no nos conocemos a nosotros mismos. Dándose la paradoja que tampoco nos podemos comprender en nuestro presente, si desconocemos nuestro pasado.
Desde estas reflexiones, tratamos de poner un poco de luz en este apasionante mundo bíblico en el que estamos tan inmersos como lo estuvieron los grandes personajes del pasado, porque nosotros como ellos, vamos descubriendo al Dios que se revela en nuestras vidas, dejando constancia de nuestra historia en la tradición de la Iglesia.