En aquellos tiempos, que siempre son éstos, los perros tenían cuatro patas, pero también los había con dos: todo extranjero, al no pertenecer al pueblo elegido: Israel, merecía el calificativo de perro: “No deis lo Santo a los perros” (Mt 7,6). Los evangelistas tratan de rebajar la fuerza del calificativo al llamarles, perritos (Mc 7,24-30).

El logion evangélico termina diciendo: “ni echéis vuestras `perlas delante de los cerdos” La legión romana destacada en Israel tenía en su estandarte, como símbolo, al jabalí.

Perros los no judíos; cerdos los invasores romanos. Desde este nacionalismo exacerbado, a la universalidad del cristianismo, hay todo un proceso evolutivo.

Debemos reencontrar la génesis de nuestras tradiciones, esas que ciertas ideologías tratan de hacerlas desaparecer con el fin de que nuestro presente pueda ser controlado y manipulado. Control que emerge de una idea marxista con el ánimo de dominar el futuro.

Y ahora estamos en esas. Parece ser que esto es lo que intentan los que les ha dado por arremeter contra las esta tuas de Fray Junípero Serra, Cristóbal Colón, nuestro universal Cervantes y últimamente la de la reina católica Isabel de Castilla.

Los talibanes hacen lo mismo cuando conquistan una ciudad. Derriban las reliquias del pasado… para apoderarse del futuro.

Imposición contra evolución.

Un ejemplo bíblico de la evolución, partiendo de los tiempos donde el extranjero era calificado como perro, animal impuro para Israel:

Antes lo sagrado pertenecía al pueblo santo (según nuestras tradiciones). El tiempo sacral era el sábado (Sabat). En el día dedicado al Dios de nuestros antepasados, la sacralidad era tan real, que estaba prohibido hacer fuego, andar, trabajar….

Con el tiempo, eso que llamamos fe, fue haciendo posible la evolución de la creación, ya que todo ser humano, para serlo, debe participar de ella.

Jesús de Nazaret, un hombre del siglo primero de nuestra era, mostró la impronta de esta necesaria evolución, llamando la atención de sus contemporáneos al enseñarles que más importante que el sábado, era el hombre: Todo estaba haciéndose para él. “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27s).

Esto sonó a blasfemia entre sus contemporáneos, ¿Cómo es posible afirmar que el hombre es más importante que la adoración a Dios en el día sagrado de Yahvé? No comprendieron, y muchos siguen sin comprender, que a Dios se le adora atendiendo las necesidades del prójimo, sea judío o extranjero “Cuanto hicisteis a uno de éstos… a mi me lo hicisteis” (Mt 25, 40).

El creyente, seguidor del Evangelio, sabe que nada hay más importante que el ser humano. Por tanto, y aterrizando a nuestra problemática actual, la sanidad y la economía también están, como el sábado, a su servicio.

Los políticos de cualquier ideología debieran tener esto muy presente. Todo lo que creemos y creamos es para el bien de la humanidad. Incluso el Evangelio pone a Dios en el interior del ser humano, para adorar a ambos sin excluir a ninguno.

El virus de nuestra pandemia no debe ser atacado con criterios sanitarios, políticos, culturales, religiosos o económicos (que también), sino, especialmente, con criterios humanos. Estos deben ser respetados en primer lugar, luego, búsquese la solución que la ciencia crea más oportuna. Esa búsqueda es posible y necesaria. Si Jesús, con el conocimiento de su época la supo encontrar, al cambiar lo estático en evolutivo, cuánto más nosotros con el avance de los conocimientos actuales.

No involucionemos la evolución.

Que estos conocimientos no sirvan, en el momento actual, para enriquecer a los laboratorios farmacéuticos, sino que sirvan, sin menosprecio de dar al Cesar lo que le corresponda, para salvar a la humanidad. Que los nuevos fármacos y/o vacunas, no sean propiedad de quien más pague por ellos, sino de quien más los necesite. La ley, como el sábado, no es superior al hombre; si no está a su servicio, cámbiese.

En el ser humano, lo único inamovible es la constante evolución.

Y el que tenga oídos…

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