La primera pincelada del cuadro que pretendemos pintar la da el evangelista Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles (libro que en un principio formaba parte de su Evangelio): “Al llegar el día de Pentecostés… quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (Hch 2, 1-4).
Esta experiencia que cambia la visión de la vida que tenían los apóstoles, le lleva a Lucas a la siguiente conclusión: -Esta vivencia la debió de tener María, ya que ella fue la primera que tuvo en sus entrañas a Cristo-.
La meditación de esta nueva verdad nos revela una segunda pincelada en la evolución del cuadro de la Navidad: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35).
Aquella vivencia de Pentecostés, Lucas la retrotrae a María (que también está con ellos), y añade al Evangelio que ya circulaba entre las primeras comunidades cristianas, dos capítulos que reseñan, entre otras experiencias, el descubrimiento de una verdad que tuvo que comenzar en la primera cristiana de la historia: María (símbolo de la nueva humanidad).
Siglos después, uno de los intelectuales más reconocidos de la historia , Benedicto XVI, en su Exhortación Apostólica Verbum domini (27) nos dice: “Así pues todo lo que le sucedió a María puede sucedernos ahora a cualquiera de nosotros en la escucha de la Palabra y en la celebración de los sacramentos”.
Aquella singularidad de la historia, debe seguir realizándose en todos los que creen posible que la humanidad evoluciona desde un alfa hasta un omega (Teilhard de Chardin).
Esta tercera pincelada nos conduce hasta el momento presente, donde siguiendo esta evolución, cada uno ha de retocar el cuadro que estamos pintando, con una cuarta pincelada que nos permita asomarnos al misterio de la Navidad.
Y para todos mis alumnos y seguidores de estas meditaciones sirva como evolución de este cuadro navideño, mi personal intervención, con una cuarta pincelada que ha de ser ultimada con la de cada persona de buena voluntad que cree posible seguir evolucionando y trascendiendo nuestro mundo.
Elevo mi pincel de creyente para desear a todos los que leen estas reflexiones:
Que la eternidad de Dios nos cubra con su sombra, como aconteció a María, para que en nuestro tiempo, y con nuestro ejemplo, vayamos dando a luz al Cristo que llevamos dentro. Así podremos decir desde el corazón renovado de una nueva humanidad: Feliz Navidad.