A veces el cristiano repite la oración como un mantra, al no ser consciente de lo que dice. Cuando el creyente reza esta oración, se identifica con el Padre, realizando en este mundo el Reino de Dios, por ello santifica el nombre de la divinidad. Esta identificación es la que hemos de meditar en el Padre Nuestro, caso contrario habremos caído nuevamente en la tentación, es decir, en la prueba de cada día. La oración de Jesús más que para ser hablada, es ¡para ser vivida!
Recemos, es decir, vivamos este acontecimiento junto a los más necesitados, devolviéndoles el pan que día a día necesitan y el Reino estará entre nosotros; sólo así quedará santificado el Nombre de Dios.
Cuando en clase explico cómo ha de ser entendido el Padre Nuestro, solicito de los alumnos que, siguiendo el ejemplo de Jesús, recemos a Dios. Por supuesto que, previamente, he explicado que no se trata de repetir como un papagayo, algo aprendido de memoria, antes bien todo lo contrario, siguiendo el ejemplo de Jesús, se trata de expresar la vivencia y el sentimiento que tienen de Dios, tal como él lo hizo.
Así, les expongo un ejemplo para intentar romper la falta de costumbre que tienen al respecto. El ejemplo, siguiendo las coordenadas de la oración de Jesús, puede ser el siguiente:
Padre y Creador mío. Tú, que eres más yo, que yo mismo, concédeme aquello que te pediría, si supiera realmente, lo que necesito; danos, con nuestro trabajo, el pan de cada día para que tu reino llegue a nosotros; ayúdanos a perdonar, perdonando, como Jesús nos enseñó. No permitas que caiga en el sueño de la ignorancia, antes bien, despiértame. Más, que tu voluntad sea siempre la mía. Amén.
Si el lector de esta reflexión me permite una sugerencia: haga lo mismo que lo solicitado anteriormente: Por favor, siguiendo las enseñanzas de Jesús, componga su propia oración. Aquella que le acerque al Dios que lleva dentro.
Siempre que hacemos este ejercicio, hay más de un alumno que me hace temblar de emoción al recitar su “Padre Nuestro”, es entonces cuando damos todos juntos gracias a Dios por la forma en la que, realmente, su nombre y su reino es santificado.
Recuerdo a una alumna que confesó no haber rezado el Padre Nuestro desde hacía años porque le era imposible dirigirse a Dios como Padre (el suyo era un borracho que les había abandonado, teniendo ella 10 años de edad, y tras recibir constantes palizas en casa cuando su padre bebía), su oración, una de las más hermosas que he oído, fue dedicada a Dios como Madre.
El Padre Nuestro que nos legó Jesús tiene una dinámica interna que se hace vida en cada creyente. Esa vida es la del cristiano que intenta hacer posible el Reino de Dios en este mundo, porque el Reino de Dios querido por Cristo ¡es de este mundo! si hacemos posible que así sea, caso contrario, su reino sigue sin ser de este mundo, por mucho que recemos y a pesar de que Él haya dado la vida para cambiarlo.
Todo lo indicado no quiere decir que hemos de dejar de rezar el Padre Nuestro según la tradición, todo lo contrario, de lo que se trata es de vivir la oración a través de la experiencia del orante.