Tras la meditación última, comenzamos hoy una reflexionemos sobre la oración del Padre nuestro, símbolo católico de la meditación.
Los evangelistas Mateo y Lucas nos han dejado dos formas distintas de rezar esta oración (Mt 6,9-13; Lc 11,2-4). La exégesis actual, tras un estudio de ambos textos, ha llegado a conclusiones muy interesantes a la par que novedosas para la teología: si bien Jesús no dejó escrita oración alguna, podemos decir con cierta seguridad, que este himno, perteneció al Jesús de la historia. De hecho, es el único himno atribuido a Jesús en todo el Nuevo Testamento, incluida la Didaje
Comparando ambos textos y dejando fuera de los mismos la impronta de cada evangelista, debido a su particular teología, la oración que oyeron los apóstoles de boca de Jesús, por supuesto en idioma arameo, debió sonar así:
Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, nuestro pan de cada día, dánosle hoy; perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores y no nos lleves a la prueba.
Varios argumentos podemos usar para llegar a esta conclusión, resaltamos los siguientes:
En la época mosaica temían ver el rostro de Dios (Ex 3,6). Israel, como colectivo, fue asumiendo al Dios de la historia hasta llegar a sentirse hijo suyo. El que ejerce la justicia, en el libro de la sabiduría “Se gloría de tener el conocimiento de Dios y se llama a sí mismo hijo del Señor” (Sb 2,13). Jesús dando un paso más, llama al Dios de Israel: papaito, “abba” (Mc 14,36). Esta cercanía ante la divinidad nos acerca al sentimiento de Jesús.
Semejante comportamiento no pudo ser inventado por el cristianismo primitivo, ya que más que acercar adeptos, los alejaba. Este criterio es el mismo que se usa para afirmar la realidad de las apariciones de Jesús a las mujeres, pues dentro de aquella sociedad no tenían valor jurídico alguno. Este criterio, llamado de discontinuidad, rompe las formas y usos de la historia y nos acerca a los eventos realmente acontecidos en cada época, en este caso, en la de Jesús; por lógica, nadie se inventa un hecho que crea problemas ¿Por qué Jesús se apareció primero a las mujeres? ¿Creía más en ellas que en los Apóstoles? Por tanto este hecho, como el llamar a Dios “papaíto”, es un hecho real y nos acerca a las vivencias del Jesús histórico. Conviene recordar que ante el representante de Dios, el ¡Cesar!, había que inclinar el rostro y arrodillarse a su paso; muchos cristianos murieron como “ateos” por no inclinarse ante el emperador. Ante semejante forma de ver la religiosidad, con el “representante” oficial de la divinidad, podemos imaginar lo extraño que sonaba llamar al mismísimo Dios: papaíto.
La oración del Padre Nuestro es personal, va del yo al tú. Yo, como hijo, al Tú, como Padre. Este Tú, se repite otras dos veces más, tu nombre y tu reino. Tres peticiones dirigidas a un Tú. Seguidamente, Jesús nos pide que realicemos tres peticiones de forma colectiva: nuestro pan, nuestras deudas, nuestros deudores.
Vista así la oración tiene cadencia rítmica e hímnica, especialmente, en arameo, lengua en la que Jesús, salvo excepciones, expresó su pensamiento. Desgranando la oración en lo que nos permite esta reflexión, diremos que El pan es de todos, al igual que el padre. El padre es “nuestro”, como decía San Cipriano, mártir y obispo de Cartago en el siglo III: nuestro en la doble vertiente “danos hoy nuestro pan”, como el padre es nuestro, el pan también es de todos, hay que repartirlo: “Dadles vosotros de comer” (Mc 6,37). Quien se adueña del pan, pierde la filiación.