Pablo indica al respecto:”el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley” (Rm 3,28). Esto es así, siempre que entendamos que lo importante en la Biblia no es lo que dice, sino lo que quiere decir; Santiago, en su epístola aclara que “¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras?” (San 2,14). ¿Cómo solucionar esta contradicción? ¿A quién escuchamos a Pablo o a Santiago? ¿Las obras son más importantes que la fe, o viceversa?
Los creyentes que crean conseguir el cielo a través de las obras que realizan, que escuchen a Pablo: “las obras no justifican” ¿Por qué? Porque no existe obra alguna, aunque sea para el cumplimiento de la Ley de Moisés, que pueda conseguir el infinito de Dios. No es el número de misas oídas lo que nos salva, sino la Eucaristía vivida en común-unión, ¡tanto en el templo, como fuera de él! Cuando nuestra creencia nos une, actuamos conforme a lo que creemos y en esta conjunta actuación (común-unión), que emana de la fe crística, nada de nuestro prójimo nos es ajeno. Lo importante no es lo realizado, sino la fe recibida que, de hecho, nos lleva a actuar, por Cristo y en Cristo, a favor del necesitado. Desde esta perspectiva cristológica, olvidémonos de las obras, ya que lo que nos salva es la Fe. Caso contrario (y es contra lo que arremete Pablo), podemos llegar a la conclusión que somos capaces de llegar al cielo por nuestras propias fuerzas (obras).
Existen otros creyentes, como anuncia Mateo, que creen que por decir: Señor, Señor, entrarán en el Reino de los Cielos (Mt 7,21). A estos dirige Santiago su reflexión cuando afirma que de nada vale la fe sin obras. Todos conocemos el popular dicho de “A Dios rogando y con el mazo dando”. Si tenemos fe, por las obras nos conocerán. Si somos de Cristo, somos del necesitado, que es la única forma que tenemos de poner en práctica la fe. San Juan, en su evangelio, es muy explícito al respecto; pone en labios de Jesús la reiterada pregunta ¿“Pedro me amas”? (Jn 21). Y Pedro, que nos representa a todos, no deja de repetir que sí; la insistencia de Jesús hasta alcanzar simbólicamente el número tres nos revela que es Cristo resucitado el que habla. Tres veces le pregunta, y Pedro, que se encontraba, como tantas veces el creyente, en personal diálogo con la divinidad, seguía, a pesar de la insistencia de Cristo, sin enterarse del porqué de esta insistencia !No es posible ser cristiano y limitarse a rezar! Pedro está con Cristo, tan a gusto, diciéndole, más bien, diciéndose a sí mismo que le ama; pero sigue (seguimos) sin enterarse. Por fin responde “tú lo sabes todo” que es como responder ¿qué quieres decir? Y en ese” instante” aprehende que no es posible amar a Cristo (decir Señor, Señor)y no estar trabajando por el Reino: “Apacienta mis ovejas”. Desde ese momento, su fe será reconocida por las obras que emanan, no de su actuar, sino de Cristo; su amor a los demás será la máxima expresión de su creencia. Por ello, Pedro, y con él la Iglesia, sabe que no nos salvan las obras, sino Cristo obrando en nosotros, ¡reencarnándole! en el tiempo que nos toca vivir ¿Cómo?: no sólo oyendo “interiormente” su palabra (fe), también es necesario ponerla, “exteriormente” en práctica (obras)(Mt 7,26) Y es que, se mire por donde se mire, es decir, con Pablo, con Santiago, con Mateo, con Juan (por citar a los aquí aludidos), en eso consiste ser cristiano…o, caso contrario, seguir escuchando las palabras de Cristo: “Jamás os conocí, apartaos de mí… (Mt 7,23)
Y el que tenga oídos…