El mundo desea salir de esta diabólica encrucijada. Muchos caminos abiertos para llegar a una misma meta. Sin embargo, el cristiano, cual mente búdica, no vive de deseos. En gran medida los deseos son utopías, sueños, que en su mayoría, no se cumplen. El Evangelio y en él, Cristo, nos revela la palabra clave que, posteriormente, la tradición, ha conver tido, a través de los siglos, en virtud teologal: la esperanza.

Vivimos unos momentos en el que muchos parecen haberla perdido.

Comienzan a ir por su cuenta, sin escuchar los consejos, que únicamente son entendidos cuando se convierten en sanciones ¿Será posible que las ideologías también tengan que ver con los desconfinamientos y con las actuaciones de los insensatos “sordos” de nuestra sociedad? ¡Combaten, atacándose a sí mismos! ¡Qué mascarada pretenden los que van sin mascarillas!

El ser humano no puede vivir sin esperanza. La necesitamos como el aire que respiramos. La esperanza no es utópica porque no parte del deseo. Parte de una experiencia de vida. Asimismo, y como ejemplo, podemos afirmar que la madre en gestación “no desea” el hijo que lleva en sus entrañas ¿Por qué? Porque ya lo tiene, lo siente, aunque no lo vea, late en su ser, por ello, aunque todavía no lo tiene en sus brazos ¡lo espera!

La esperanza es vida, el deseo es la ilusión del iluso. Así el creyente, vive la experiencia de la vida, cual resucitado que, al estar resucitando, no ha llegado a la plenitud de su vivencia. Imposible desde esta finitud alcanzar la vida plena, pero, como el amor, siempre lo conocemos cuando lo vivimos.

La esperanza de vencer a la muerte proviene de experimentar, gracias a la fe, la dicha de la vida y a la felicidad o bienaventuranza de creer que el bien vencerá al mal que estamos padeciendo.

Y con Lucas en el libro de Hechos de los Apóstoles reconocemos que la vida es un don previo que los creyentes hacemos propio cuando, con Cristo, sabemos que “Hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hch 20,35), (este dicho, que no aparece en ningún evangelio, es, posiblemente, uno de los que más nos acercan a la figura del Jesús de la historia).

Vivimos instantes en los que millones de personas más que dar, se dan, porque esperan (esperamos) un nuevo cielo y una nueva tierra, tras la añorada vacuna, porque todos trabajamos, conforme a los talentos recibidos, para hacer posible, al final de tanto dolor, vivir una “normalidad nueva” aunque el empeño cueste la vida ¡Vivir la fe, esperando, con nuestro trabajo, la novedad de cada día! (La Buena Nueva).

Cristo, prototipo de la nueva humanidad, venció a la muerte. Nosotros, que pertenecemos a esta nueva economía, (sabiéndolo o sin saberlo), venceremos a la muerte que nos ronda de forma tan alarmante.

Eso esperamos, y por ello trabajamos. Unos en la creencia, otros en la creatividad y todos en la confianza de que la humanidad es mejor de lo que algunos humanos se empeñan en demostrarnos día tras día.

Y para que nadie se crea superior, ni exento de error: “el que esté libre de culpa que tire la primera piedra” (Jn 8,7).

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