Conclusión:
Comenzamos esta reflexión hace un mes. Todas las semanas hemos recordado el título del primer día, “El matrimonio…a plazos”. Este enunciado proclama tal desprecio al amor, que no hemos podido resistir la tentación de explicar dentro de la brevedad de este espacio la enseñanza de la Biblia y de la tradición de la Iglesia con relación a la cuna del amor: desde el Génesis, y no desde las leyes, Dios marcó la necesidad de la relación humana.
La Iglesia, que formamos todos, siempre ha sido sensible al sufrimiento que experimentan en sus vidas muchas parejas, precisamente por la falta de relación. Obviamos las causas, al final es una: el desamor. La falta de amor de muchos matrimonios y la repercusión que ello tiene en la familia, reclaman nuestra atención. No podemos permanecer insensibles ante la situación que atraviesan infinidad de creyentes que, queriendo ser coherentes con su creencia, padecen el desamor y la angustia, allí donde más se necesita: en la convivencia matrimonial. Estas reflexiones han tratado de mostrar que la sensibilidad de la comunidad cristiana ante este problema es tan antigua, como el pilar de nuestra creencia: el Evangelio.
Hemos ido mostrando que, ante situaciones distintas, los creyentes siempre han encontrado soluciones. Así ocurrió con los matrimonios judíos realizados por motivos de consanguinidad y que fueron disueltos gracias al buen criterio del evangelista Mateo, que llegó a la conclusión que conservar un matrimonio sin amor es pura idolatría.
Pablo de Tarso, el gran apóstol de los gentiles, reclama para sus comunidades vivir en paz y amor. La angustia que estaban pasando los corintios convertidos al cristianismo hacía inviable la convivencia de muchos matrimonios cuando una de las partes seguía con sus antiguas creencias. Pablo no duda en desligar a estas personas ya que el matrimonio está concebido para amar y por tanto para vivir en paz.
El cristiano ha de adaptarse a los signos de los tiempos (Mt 16,3b). Las sociedades cambian, las costumbres se van haciendo leyes, pero siempre teniendo presente que lo importante no es la ley, sino el hombre. Así los Papas, en virtud de la potestad que Cristo concede a Pedro como representante de la Iglesia, van solucionando los problemas que surgen al expansionarse el cristianismo, y encontrarse con distintas creencias y culturas.
Conviene recordar que el matrimonio desde la óptica católica, lo que hace es elevar a la categoría de sacramento, lo que siempre ha sido una cuestión civil. Y ello porque la unión de dos personas no es de origen sacramental, sino de origen creacional. Por eso desde el principio de la creación “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn 2,24). Aquí radica la fuerza del amor: Dios ha hecho al hombre de tal manera que ante la fuerza del amor la ley no tiene poder alguno, pues aquélla (la fuerza del amor), ha sido impresa en el corazón de la humanidad en el momento de su génesis, mientras ésta (la fuerza de la ley), ha sido impuesta por la dureza del corazón humano (Mt 19,8).
El libro bíblico que trata de explicar el arrebato que provoca el amor en las creaturas de Dios, es el Cantar de los Cantares; este texto llega a manifestar que nada ni nadie puede acallar al amor cuando se despierta: “Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera todos los haberes de su casa por amor, se granjearía desprecio” (Ct 8,7). No es extraño que Fray Luis de León se viera en la cárcel por traducir del hebreo al castellano este hermoso libro sobre el amor humano…que también conduce a Dios, sin necesidad de explicaciones traslaticias.
Mateo recuerda a sus seguidores de origen judío, que el matrimonio no depende de la ley, sino de la voluntad querida por Dios en el momento de la creación. De ahí que repita en Mt 19,5 lo expresado en Gn 2,24. El amor que une a dos personas es previo a la ley. Por ello no hay ley que pueda separar a los que se aman. Los judíos de la época de Jesús habían hecho lo contrario, habían colocado al amor bajo el peso de la ley. Jesús no lo admite y lo denuncia: lo que ha unido Dios desde el principio de la creación, que no lo separe el hombre con sus leyes. Ante esta exigencia, sus seguidores dirán que es mejor permanecer soltero.
Para concluir, hemos recordado la posibilidad que tiene el Papa, como piedra sobre la que Cristo edificó su Iglesia, y en virtud del llamado privilegio petrino, de ir solventando los problemas que la defectibilidad humana va interponiendo a la impronta creacional del amor. Han quedado reseñados dos distintos problemas: el de la poligamia y el de los matrimonios no consumados, especialmente en tiempos de guerra. En cualquier caso, la Iglesia encontró solución.
Llegados a este punto de nuestra reflexión y antes de finalizar podemos concluir que ni el Evangelio, ni la Iglesia son obstáculo para solucionar el problema de miles de personas que sufren, unas a gritos y otras en silencio, el desamor de sus hogares. ¿Estaremos legislando, nuevamente al amor, olvidando que el amor es Dios? ¿No es cierto que a veces se intenta, nuevamente, volver a encarcelar al amor en las leyes humanas? No dudo que la intención sea buena, pero de hecho, en lugar de legislar sobre la familia, lo hacemos sobre el matrimonio, es decir, sobre el sacramento. Y los sacramentos, no tienen contratos, por tanto, ni pueden ni deben estar supeditados a las leyes.
El matrimonio en cuanto sacramento es de origen creacional, está más allá de la ley. De ahí que si nos regimos por criterios amorosos, como afirma Jesús, es indisoluble por naturaleza. Por esta razón el Papa, en cuanto representante de los que aman a Dios en el prójimo y se autodefinen como católicos, tiene el poder de atar y desatar todo lo que impida que el amor brote en la humanidad.
Actualmente el Papa Francisco ha entregado al orbe católico su exhortación sobre la familia “la alegría del amor”. Leeremos con atención sus palabras para tratar de encontrar una respuesta conforme a la potestad evangélica y a los textos bíblicos que aquí hemos comentado

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