Buscando soluciones: La excepción paulina.
El texto sobre el que hoy vamos a reflexionar está sacado de la primera carta que el Apóstol Pablo dirigió a los de Corinto. Parte del capítulo 7 lo dedica de forma especial al grave problema que le han planteado los corintios con relación a las personas que, estando casadas, se convierten al cristianismo: “En cuanto a los casados les ordeno, no yo sino el Señor que la mujer no se separe del marido…y que el marido no despida a su mujer” (I Cor 7, 10s).
De esta lectura apuntamos dos sugerencias: la primera es que para Pablo y sus comunidades, también se les hace duro asimilar la exigencia de Jesús, con relación a la imposibilidad de repudiar a la mujer. Por ello necesita aclarar que él no es quien lo manda, sino el Señor. Igual que leímos en el evangelio de San Mateo, Pablo está dejando constancia que con tal exigencia no trae cuenta casarse. La segunda es ratificar la situación de la mujer en aquellos tiempos: ella no debe separarse del marido, y él no debe despedirla. El matiz es completamente distinto si se dirige a los hombres o a las mujeres; despedir sólo es potestad del hombre.
Seguidamente San Pablo dice: “en cuanto a lo demás, digo yo, no el Señor… “(7,12). Ahora habla el Apóstol siguiendo, no lo ordenado por el Señor, que ya ha quedado indicado, sino lo que cree justo, según su opinión. Y aquí nos va a exponer la problemática que tenían los matrimonios en sus comunidades.
Leyendo el texto de este capítulo 7 a partir del versículo 12 observamos el dilema por el que atraviesan los matrimonio cristianos de Corinto ¿Cuál era ese problema? Muy sencillo y complejo a la vez, como todo lo humano. Existían matrimonios en los que únicamente una de las partes se había convertido al cristianismo, por tanto, él o ella no habían abrazado el Evangelio ¿Qué hacer? Pablo sugiere que “si una mujer tiene un marido no creyente y él consiente en vivir con ella, no le despida “(7,13). Observamos una diferencia con la ley judía, aquí Pablo también habla de que a la mujer se le permite despedir al marido (en cristiano, tanto monta, monta tanto) ¿Por qué sugiere Pablo aguantar cuando la parte no cristiana lo acepta? Nos lo aclara a continuación: para que, gracias a la parte cristiana o bien la de ella, o bien la de él, se salve el otro/a y los hijos no sean considerados impuros, es decir, ilegítimos (7,14).
El problema está planteado. Las discordias habían comenzado a surgir cuando uno de los contrayentes abrazaba el evangelio y el otro no. Pablo pide paciencia a la parte cristiana, siempre que el otro/a consienta en seguir viviendo en la familia debido especialmente a las consecuencias que tenía en la descendencia (en el primer tercio del siglo pasado, en España, todavía se consideraba ilegítimo al hijo concebido fuera del matrimonio oficial).
No obstante, a continuación puntualiza: “Pero si la parte no creyente quiere separarse, que se separe, en ese caso el hermano o la hermana no están ligados… ¿Pues, que sabes tú, mujer, si salvarás a tu marido? Y ¿qué sabes tú, marido, si salvarás a tu mujer? “(7, 16). Después de todas las recomendaciones, Pablo llega a una conclusión salomónica: de aguantar, nada; para él queda claro que si el otro/a no quiere, es que ha desaparecido el amor que les unía, y, por tanto, la causa por la que sugería a la parte creyente que aguantara. Es más, ahora pone en duda su sugerencia, llegando a afirmar que, en este caso los casados ¡no están ligados!
¿Cómo puede llegar Pablo a esta conclusión después de haber indicado, que no es posible desligarse por mandato del Señor? El apóstol, que tiene una vivencia de Cristo muy singular y profunda, da las razones por la que los cristianos ya no están ligados: porque “…para vivir en paz os llamó el Señor” (7,15).
La llamada del Evangelio como la llamada al matrimonio es para vivir en paz, por tanto, donde no hay paz, debido a la defectibilidad humana, Pablo dirá que la unión ha desaparecido, porque para vivir en paz se casaron. Por tanto, si debido a las circunstancias de la vida en común, han convertido la paz en guerra, aunque la causa sea tan religiosa y noble, como el hecho de haberse convertido uno de los cónyuges al cristianismo, ¡incluso en este caso!, Pablo recomendará desligar lo que un día estuvo ligado; lo cierto es que el amor jamás podrá coexistir con el calvario de un matrimonio en constante discordia.
El problema de la Iglesia corintia es distinto del que tenía la judaica, no obstante en ambos casos Pablo y Mateo, sin renunciar al mandato del Señor, optan por lo que hoy llama la sociedad civil, divorcio. Es muy sugerente la razón que da Pablo para desligar lo que Dios unió: la paz.
“La paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14,27). Cristo y el amor, el amor y Cristo dan paz, de no ser así, es porque Cristo, que es Amor, no está uniendo a esa pareja. Por supuesto que el culpable de esta desunión no es el Amor, sino la libertad con la que Dios nos ha creado. Esta libertad nos puede conducir al rechazo de lo que más necesitamos para realizarnos en este mundo, y que es el fin primordial por el que los seres humanos contraen matrimonio: el Amor. Todos los sacramentos eclesiales, desde el bautismo a la extremaunción, reclaman la vivencia del amor.
¿Qué sucede cuando transcurrido el tiempo, el canon de los textos sagrados queda cerrado? ¿Puede la Iglesia solucionar el problema de nuestros matrimonios, al igual que lo hizo Mateo o Pablo? (En esto s momentos el Papa acaba de publicar la exhortación “la alegría del amor”, de la que reflexionaremos en otro momento). Para tratar de responder a esta problemática recordamos la lectura del tercer texto que sugerimos en su momento y que corresponde al capítulo 16,18s del evangelio según San Mateo.