El eterno retorno de las estaciones ha ido marcando la historia de la humanidad. En primavera, la muerte es vencida; entre tanto, la luna, como el más viejo reloj de nuestro universo, va marcando el tiempo con sus fases. Y al igual que el invierno, con sus tres meses, ella, tras tres días “enter rada” en su novilunio, ¡resucita! El ciclo constante de las estaciones, acompañado por el cambio creciente o menguante de la luna, ha sido el contador, el tic, tac del tiempo de la humanidad hasta hace apenas unos segundos en la edad del cosmos ¡Qué intuición tuvieron los seres humanos que supieron salir de este eterno retorno! (círculo vicioso, lo llamaban nuestros mayores).
La historia ha sido circular hasta ayer. Nunca podrá agradecer la humanidad al saber religioso, lo que supuso para la ciencia y el conocimiento, tal como lo entendemos hoy, el cambio de la circularidad de la historia, a la linealidad.
El pueblo judío en la diáspora, asimiló que la divinidad era patrimonio de la humanidad. Babilonia fue la gran escuela donde se fraguó el universalismo que posteriormente quedó reflejado en el libro de Jonás. Desde Babilonia, el Dios que se revela, rompe la circularidad de la historia y se muestra en forma lineal, en constante creación. Se introduce en la historia que crea, rompe el círculo del eterno retorno de los ciclos, y abre a la humanidad una perspectiva jamás pensada. La historia, a partir de esta nueva “intuición”, que los creyentes llamamos revelación, es creativa: ¡el círculo ha quedado roto! Jamás una crisis ha sido tan provechosa ¡aprendamos!
Con esta experiencia, Israel reescribe su historia para explicar sus mitos ancestrales; desde allí deja abierto el día siete de la creación, en donde se encuentra y nos encontramos desde entonces. Ahora el ser humano prosigue su andadura a través de la palabra. Una historia que comienzan a crear, míticamente hablando,Adán y Eva, si creen posible, como imagen de su Creador, que la palabra es vehículo de comunicación para seguir creando su propio devenir. Después del siglo sexto a.C., en el llamado tiempo eje, donde cambian los ciclos de las religiones y el profetismo de Israel, observa la historia como lugar de salvación lineal y no de eterno retorno manipulado por los dioses, se genera una dinámica en la humanidad que hace posible la ciencia tal y como la conocemos hoy en día.
Con el doctor en física Stanley Jaki, galardonado como historiador de la ciencia afirmamos que: “No es accidental que la ciencia naciera en un contexto cristiano, y no en un contexto árabe, babilónico, chino, egipcio, griego, hindú o maya donde la ciencia, según la conocemos, nació muerta”
Efectivamente, con la llegada del cristianismo el hombre es dueño de su historia, no está hecho para servir a los dioses, es decir, no está hecho para el sábado. Todo, desde los orígenes, ha sido creado para ser poseído, usando la inteligencia. Sólo es preciso no perder la humanidad querida por Dios. Adán y Eva no tenían necesidad de robar la fruta del conocimiento. El árbol del bien y del mal estaba allí, sin rejas ¿Por qué robar lo que Dios ha dado? La serpiente habla sin voz y la mujer escucha sin palabras ¡Seréis como dioses! La inteligencia hay que usarla para llegar a ser… humano, no para alcanzar la divinidad, y cuando no es así, se pierde la comunicación. La palabra reencarnada se prostituye y la virginidad primigenia se pierde.
Con Jesús de Nazaret, nuevamente la palabra se hace carne; se recrea la humanidad querida por Dios desde el Génesis. Una humanidad que se sabe hijo/a de Dios y no vasallo. Esta asunción de lo que significa en la historia ser una persona, somete nuevamente a su dominio al resto de la creación. No en vano, Jesús de Nazaret fue el gran exorcista de su época. Liberó al hombre de todo fetichismo y le hizo asumir su propia historia. Nada será superior a la creación personal y única de cada ser humano: los demonios, las potestades, las estirpes, las culpas, las enfermedades, incluso la familia, quedarán supeditados al poder otorgado por Dios desde los orígenes. El futuro dependerá de la libertad con que se asuma esta revelación. Todos son iguales ante la divinidad: desde el rey hasta el más humilde de los mortales. Los primeros cristianos eran ajusticiados por no arrodillarse ante la divina figura del emperador: morían ¡por ser ateos!
La historia ha vuelto a comenzar en el siglo primero de nuestra era. A la linealidad del profetismo hay que sumar ahora la igualdad de todos los seres que proclaman que Dios, por ser ¡abba!, nos hace a todos hermanos en Cristo. Los privilegios, las castas, las genealogías, etc., desaparecen ante esta radical igualdad. A partir de ahora, todos con nuestro “denario” a producir en la linealidad de la historia la felicidad a la que estamos llamados.
No obstante, el eterno retorno sigue actualizándose en aquél que se siente fracasado; en aquél que cree que la historia la tienen que hacer los demás, en el que, por no reconocerse hijo de Dios, sigue pensando que las castas, como en el hinduismo, prevalecen en la historia. En el que cree que la suerte la tienen los otros. Y es que, aunque Cristo nos ha hecho herederos del Reino, los parias (la casta más baja de la sociedad hindú), mentalmente hablando, siguen existiendo en nuestra sociedad.