Ha tiempo, en las antiguas culturas, previas al profetismo bíblico, las religiones se movían año tras año en el eterno retorno; ha sido el judaísmo y posteriormente el cristianismo, los que rompieron este constante volver en la historia, y comenzaron a ver su devenir de forma lineal.
Este gigantesco paso de la humanidad, abrió las puertas a la ciencia de la que hoy presumimos. La linealidad de la historia está configurada en la necesidad de alcanzar en cada momento un horizonte que siempre se trasciende para hacernos más humanos, a pesar de quienes prefieran ignorarlo. Y son ellos los que pregonan por doquier un eterno retorno inexistente.
Aterrizando:
Volver de vacaciones y comenzar el trabajo, es el eterno retorno que hace, al parecer, temblar de ansiedad a los sufrientes incrédulos. Creo que lo lamentable es iniciar septiembre sin trabajo alguno.
El trabajo, aun el más monótono, puede ser creativo para la mente que lo ejecuta; cierto que para ello es preciso dar el salto que supo dar la antigua humanidad, para ver la historia de forma lineal.
En el eterno retorno, no hay horizonte alguno, todo vuelve a repetirse, no así en la linealidad donde siempre existe un horizonte a alcanzar… en el presente. La eternidad de esta meta es la que nos hace humanos, pues en ella, los creyentes vemos una trascendencia que nos empuja al infinito de nuestras posibilidades.
Quien vive esta experiencia, está enseñando a su mente a salir de la monotonía del tedio en el que pueda estar hundido.
Somos lo que hemos creído llegar a ser (ciencia cuántica). Con palabras de San Pablo, somos capaces de “transformarnos mediante la renovación de la mente” (Rm 12,2) (ciencia religiosa).
Busquemos en el horizonte de nuestras necesarias creaciones esta transformación y nuestra mente hará el resto. Pero para ello, preciso es, cambiar la actitud del “volver a comenzar”, por la de un caminar en nuestro hoy de cada día a una buena nueva (Evangelio), que siempre nos espera si caminamos hacia ella.
Con razón llamaban a los primeros cristianos los del “camino”, ese que se va descubriendo si rompemos el tiempo circular que envuelve a los que tienen ansiedad al retornar, entre otras, a las tareas de su quehacer.
Y para quien no le valga esta reflexión, siempre le queda, como sugerencia, para evitar el síndrome postvacacional, visitar al psicólogo.