Estamos celebrando el día del libro. Desde esta red venimos recordando y actualizando temas del pasado que inciden en nuestras tradiciones actuales. Nuestras costumbres occidentales y democráticas, con todos los claroscuros históricos, emanan de la cultura bíblica. Por esta razón, al celebrar el día del libro, permítaseme un pensamiento al libro de los libros: la Biblia.
Su comprensión, no es tarea fácil; nuestro pequeño granito de arena desearía aclarar, en lo posible, esta difícil y apasionante tarea. Los cursos que venimos dando año tras año y esta incursión en la red son muestra de mi particular preocupación al respecto.
No podemos amar lo que desconocemos. Y de religión (para nosotros “Biblia”), todo el mundo habla, aunque se desconozca su origen y presencia en el mundo actual.
La historia es una sucesión de sucesos que suceden sucesivamente, y si no la conocemos caeremos en los mismos errores de nuestros antepasados. La Biblia nos muestra los aciertos y fracasos de un pueblo que vivió en su acontecer la experiencia del trascendente. Experiencia, que por otra parte, en ningún pueblo o creencia de la historia, hasta el momento, ha podido ser cercenada.
A respecto, me viene a la memoria, en unas fechas tan señalada, Miguel de Cervantes Saavedra, quien dijo por boca del bachiller Sansón Carrasco (entiéndase que era Bachiller en Sagrada Teología), que la historia del Quijote que había escrito el moro Cide Hamete Benengeli comenzaba a ser muy conocida, de hecho: “los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran”.
Esta gran obra de nuestra literatura, posiblemente no habría sido escrita en la forma en la que hoy la conocemos, si Cervantes no hubiera tenido un conocimiento tan grande de los textos bíblicos. Es a Sansón Carrasco a quien el Quijote le adelanta que saldrá por tercera vez (cifra simbólica de la Biblia que reitera Cervantes en su inmortal obra), a ejercer como caballero andante.
El Quijote, desde el conocimiento de la Biblia que tenía Cervantes, se revela como la obra inmortal que es. Ambos libros, uno desde la “locura” del infinito hecho historia y otro desde la “locura” de la finitud en el devenir humano, representan la cara y la cruz de nuestras tradiciones, que por ser humanas, son universales, es decir, católicas.
Quiera Dios que en todos los hogares haya un ejemplar de ambos textos (y ello con el debido respeto a la palabra de Dios hecha historia).