Dentro del catolicismo es costumbre bien conocida por todos los que nos hemos casado por la Iglesia, que antes de celebrar el sacramento es preciso acudir a un curso prematrimonial, curso que se lleva a cabo en el mismo lugar donde se va a celebrar la boda.
Hasta aquí nada que objetar, quien desea recibir el sacramento debe guardar las normas que impone la Institución.
Mi reflexión comienza cuando observo que la mayor parte del curso está desarrollado por uno de los sacerdotes de la correspondiente parroquia; a veces, incluso, todo el curso está expuesto por uno o varios sacerdotes.
Llevo conviviendo con mi esposa más de 50 años. Y al día de hoy, todavía nos sorprendemos de la forma de ver el mundo tan distinta que tenemos. Yo aprendo de ella y supongo que ella de mí.
La mujer con la me casé no tiene nada que ver con la actual. El cambio de los seres humanos es constante . Yo tampoco soy el mismo ni por dentro ni por fuera.
La convivencia es la que nos sigue enseñando a ambos lo que es un matrimonio. Y confieso que en nada se parece a las clases recibidas en aquel curso prematrimonial.
Esta experiencia de vida es la que le falta a toda persona célibe y le imposibilita a poder enseñar lo que es el matrimonio, de la misma manera que sería un absurdo que un casado diera lecciones a los sacerdotes y monjas sobre lo que significa el celibato.
Y todo ello sin obviar que en el matrimonio los celebrantes son los que se casan y no el sacerdote.
Me consta que todo va cambiando pero demasiado lentamente y esto en nada beneficia ni a los creyentes ni a los no creyentes,
Demos a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César.