Una breve reflexión sobre el término contento. Lo que inmediatamente evoca nuestro cerebro al pensar en este vocablo es alegría, júbilo, satisfacción. Pero, ¿por qué? ¿De dónde viene tanta felicidad?
Observando la etimología de esta palabra, contento viene del latín «contentus», que es el participio pasivo de «continēre» que significa contener.
De ahí que contento expresa contenido. Quien tiene contenido, está contento. Y no hay nada que tenga mayor contenido que el amor: el camino del amor no tiene fin.
Nadie ha llegado a amar en plenitud, dado que somos seres limitados y en nuestra finitud no cabe lo eternamente pleno.
Los hombres de fe (la fe es universal, gracias a ella todo hombre puede creer), caminan hacia esa plenitud a la que nunca pueden llegar en nuestro mundo finito. El camino es el que nos hace caminantes de algo no alcanzado (los cristianos en los primeros siglos de nuestra era, se les llamaba “los del camino”). Cuanto mayor sea el recorrido, mayor contenido, y a mayor contenido, mayor contento.
Desde esta perspectiva lexical, y sin necesidad de acudir al lenguaje teológico, podemos reclamar la alegría que debe experimentar todo creyente, y ello al margen de la religión en la que exprese su creencia.
Un creyente triste es un triste creyente, pues si su religión da contenido y sentido a su vida ha de estar forzosamente contento.
Lo contrario es pura y fanática ignorancia.
Cree en el amor quien está enamorado de todo cuanto le rodea. Y en esa plenitud que intuye, llena constantemente de contenido su vida. Contenido que se expresa en la necesidad de aprender de todos y de todo. De contener en la mente y el corazón la sabiduría del mundo que nos rodea. De un mundo que es transparencia de algo superior al que llamamos Dios y que expresamos amando.
Imposible siendo creyente no esta r contento.
Pues ¡diantre!, a ver si somos capaces de demostrarlo.