Días pasados, en la Eucaristía, hemos podido oír el hecho acaecido hace siglos en el que Jesús permite a sus discípulos, estando prohibido por la ley, que arranquen y coman espigas en sábado.
Jesús para defender esta actitud responde:¿No habéis leído lo que hizo David en aquella ocasión en que él y sus compañeros tuvieron hambre? 4 Entró en la casa de Dios, y él y sus compañeros comieron los panes consagrados a Dios, lo que no se les permitía a ellos, sino solo a los sacerdotes. 5 ¿O no han leído en la ley que los sacerdotes en el templo profanan el sábado sin incurrir en culpa?… Sepan que el Hijo del hombre es Señor del sábado”.
Al oír esta lectura del Evangelio, que debió ser importante pues la recuerdan los tres sinópticos, me vino a la cabeza un hecho que está sucediendo en el día de hoy, y que se adapta perfectamente a la respuesta de Jesús.
Me refiero al hecho de recibir la comunión en la mano o en la boca.
Ya sé que la tradición desde antes del siglo séptimo de nuestra era, donde se celebró el Concilio de Rouen, quedó definido que la Eucaristía había de tomarse necesariamente en la boca, pues toda la tradici ón anterior así lo había demandado: “No se coloque la Eucaristía en las manos de ningún laico o laica, sino únicamente en su boca”.
No obstante, en los tiempos actuales, sin quitar la costumbre de recibir la Eucaristía en la boca, se permite recibirla en la mano. Sin embargo, debido a la tradición, muchos comulgantes siguen recibiéndola en la boca. Los escrúpulos religiosos no les permiten tomar la forma consagrada con la mano, supongo que por estimar que la lengua es más santa que la mano y obviando que los miembros no son los santos, sino la persona.
¿Se dice en algún texto de la Escritura que Jesús fue metiendo el trozo de pan en la boca de cada uno de los discípulos? Ciertamente no ¿Por qué la Iglesia, al margen de la tradición, no prohíbe, como creo debía hacerlo especialmente en tiempos de pandemia, recibir el sacramento en la boca?
Lamentablemente, es habitual que cada vez que se recibe la comunión en la boca, la lengua toque sin querer el dedo de la persona que está repartiéndola; ese dedo va posteriormente a otra boca con miles de gérmenes que se van intercambiando entre los comulgantes. Hoy, desgraciadamente, transmitiendo sin saberlo el COVID 19.
Y no vale decir para que esto no ocurra: tengamos cuidado a la hora de comulgar. Cada boca, al recibir la comunión, lleva consigo su propia velocidad, velocidad que debe ser equilibrada por la de la mano que la reparte. Y esto muchas veces no es posible ¡Y se tocan!
No convirtamos la Eucaristía en una transmisión más para propagar el coronavirus. Si es tradición sepamos vivenciarla y transformarla conforme a los signos de los tiempos. ¿Acaso no vemos que Jesús lo hizo?
Jesús repartió entre sus discípulos pan y vino. Igual que hoy no exigimos comulgar con las dos especies, tampoco exijamos a la Iglesia que nos siga dando la Eucaristía en la boca, aunque para dormir conciencias, pongamos a estos creyentes al final de los comulgantes.
Toda tradición debe adecuarse a cada tiempo. Caso contrario pierde su valor.
Durante siglos se ha guardado el ayuno antes de comulgar. Hoy no. Durante siglos se ha celebrado la Eucaristía de espaldas a los creyentes. Hoy no. Durante siglos la misa era en latín. Hoy no. Las tradiciones se van adaptando a cada tiempo. Dejemos por tanto de recurrir al pasado y prohibamos en estos momentos recibir la comunión en la boca.
Cuando todos estemos vacunados, dejemos a la libre elección de cada comulgante la forma en la que desea recibir el sacramento, pero mientras permanezca el COVID, RECÍBASE EXCLUSIVAMENTE EN LA MANO.
Lo importante, como entonces, es el ser humano y no las leyes: “El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27).
No hay peor sordo que el que no quiere oír.