El Papa, hoy emérito, Benedicto XVI recordó en su día, especialmente a los cristianos, tanto en sus últimos documentos como en sus homilías, que es preciso “Promover un fecundo diálogo entre razón y fe”; Por tanto, encontrar el puente entre FE y razón (ciencia) es unas de las tareas más urgentes del cristianismo actual. La FE es otra de las virtudes humanas que nos remite al ámbito de lo divino ¿Cuántas veces hemos oído exclamaciones como la siguiente? “Tú hablas así porque tienes fe, yo no tengo fe… aunque quisiera”. Esta afirmación, antropológicamente hablando, no es posible en el ser humano. Todos los seres nacen con FE. La FE es un don que nos viene dado y que, dependiendo de la personal creencia, nos remite, o no a Dios.
La FE, como las piernas (sirva de ejemplo), las tenemos desde el nacimiento. Es más, desde la concepción cristiana de la historia, decimos que la FE es universal, es decir, católica (el significado de la palabra católica no es otro que universal). Dicho esto, nos remitimos a lo expresado anteriormente. Todo ser humano nace con FE. Cosa distinta es observar lo que hacemos con este don. Gracias a él, podemos creer libremente y elegir en nuestro devenir las opciones que nos parecen más acertadas.
Siguiendo el ejemplo anterior. Al nacer con piernas (FE), podemos andar, correr, saltar, quedarnos tumbados, sentados, etc. Cualquier elección precisa de las piernas que previamente tenemos. Asimismo, cualquier creencia, precisa de esa virtud que los creyente llamamos FE (es preciso trascender la palabra para aprehender su genuino significado). Lógicamente si partimos de la base que la FE es universal, nuestra creencia, ha de ser, a la vez, universal, ya que si no fuera así, no podríamos confesar que nuestra religión es católica. La FE emana de Dios, al igual que la creencia emana del ser humano. Gracias a la FE puedo creer o no creer. Aquella persona que afirma no creer en Dios, de hecho ¡cree que Dios no existe!, exactamente igual que aquél que ¡cree que Dios existe! La libertad de elección es humana (creencia, religión), gracias al don previo (FE) que es divino.
Explicados los dos sintagmas: Fe y creencia y la necesidad del primero para que se dé el segundo. Concluimos esta primera parte de la reflexión: todas las personas nacen con eso que, desde la creencia católica, llamamos FE.
La FE posibilita a todo ser humano a creer. Todos creemos, aunque, por supuesto, no todos creemos lo mismo. Igual que por el hecho de tener piernas, no todos bailan. Los hay, que permanecen sentados durante su existencia, limitándose a criticar a los que se arriesgan. La creencia es una necesidad vital desde los orígenes. Tal es así que en nuestros mitos bíblicos (forma de expresar la verdad más allá de todo tiempo), decimos que el ser humano es imagen del Creador (Gn 1,27), ¿Por qué? Porque es imposible creer y no crear.
El ser humano, lo es, porque en virtud de la FE puede libremente creer. Pues bien, quien cree no puede dejar de crear. Si yo creo posible algo (si lo creo es que no tengo evidencia de ello) necesito hacerlo evidente, es decir, necesito crearlo. Si, por ejemplo, yo creo que el mundo está mal, necesito crear nuevas condiciones que lo cambien (todos tenemos un mundo que cambiar… ¡el nuestro!). Si yo creo (de creer) que las sillas son muy incómodas, necesito crear unas que no existen y que previamente sólo están en mi mente.
Creer y crear es un binomio inseparable. No puedo crear si previamente no he creído, ni puede creer si posteriormente no creo (de crear). Observemos que el presente de indicativo de la primera persona del verbo creer y crear se declina de la misma manera ¡yo creo!
Yo creo, tanto para creer como para crear. De ahí que Biblia nos diga que desde el principio de la creación el ser humano es imagen de su Creador. Dios pensó un universo (de creer) y creó (de crear), la creación y ahora, mientras Dios “descansa en el séptimo día”, los humanos (para serlo), tenemos que seguir creando (Gn 2,3).
No es baladí que la ciencia tal y como la conocemos, se haya cultivado en ambientes donde la religión ha roto el eterno retorno de la naturaleza (recuerdo la frase del doctor en física Stanley Jaki,: “No es accidental que la ciencia naciera en un contexto cristiano, y no en un contexto árabe, babilónico, chino, egipcio, griego, hindú o maya donde la ciencia, según la conocemos, nació muerta”.
El Dios de los cristianos es histórico y si bien no hace la historia, hace que la historia se haga… pero a través del hombre. Desde los orígenes creer y crear marcan la impronta de la antropología bíblica. Y es precisamente esta impronta la que abre a la ciencia, es decir, a la creatividad, un mundo pendiente de descubrir, de revelarse ante nosotros y que únicamente aguarda a que tú, lector que reflexionas conmigo, creas posible crearlo en el día a día de tú creación.
Conclusión final: La FE (virtud que en cristiano llamamos teologal pues procede de Dios) nos permite ser personas, es decir, creer; ahora, y en virtud de lo que libremente haga con la creencia, transformaré la religión, la razón, la ciencia, etc. para crear unos nuevos cielos y una nueva tierra como Cristo nos enseñó… caso contrario…
La FE, por tanto, no va contra la ciencia, bien al contrario es el motor que la genera. Con palabras del profesor Rof Carballo (que fue eminente catedrático de medicina, endocrinólogo y miembro de la Real Academia Española). “La ciencia más audaz espolea a la fe más bien que a la duda”
Un científico ha de ser forzosamente creativo y creer que todo puede cambiar (“metanoia” como ya explicamos en otra reflexión), que es la exigencia previa para entrar en la economía de los Hijos de Dios. La ciencia no puede ir contra la FE porque es la energía que la hace posible. San Agustín tenía una frase del Libro de la Sabiduría que repetía frecuentemente y que hacemos nuestra: “Dios ordenó todas las cosas por su medida, su número y su peso” (Sb 11,21). Asimismo, el Eclesiástico proclama que “Dios ha impuesto un orden sobre las grandezas de su sabiduría y existe desde el principio al fin de los siglos” (Sr 41,21)
Ahora, como entonces, nos toca especialmente a los cristianos hacer que ese orden prevalezca y se transforme por los siglos de los siglos.