ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
Y la Biblia tenía razón
La muerte se está convirtiendo en pura estadística. Los Estados y las estadísticas siempre han formado matrimonios de conveniencia. Por ello, cuando la estadística se limita a sumar muertos, los Estados se contagian y enferman. Ayer, en la cuaresma de nuestras tradiciones, llorábamos por la muerte del Uno, hoy, en la cuarentena de nuestro internamiento, aunque los miles, ahora, solo sean cientos, no podemos alegrarnos, aunque el calvario sea más llevadero…
Habrá que hacer memoria y recordar que con un hermano que nos deje, todos nos sentimos abandonados. Nada nuevo sobre la faz de la tierra: recordemos que toda la humanidad formamos, teológicamente hablando, un solo cuerpo en Cristo (1 Cor 12).
El milagro de la vida, siempre se experimenta cuanto nos rodea la muerte: y el centurión, ante la cruz exclamó: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt 27, 54b).
Hoy, como nunca, nos sentimos compañeros (con-pan-ero), palabra maldita en la soledad del ermitaño. El solitario, jamás será cristiano: es egoísta al no tener con quien compartir su pan.
Vivimos tiempos en el que la soledad es obligada para millones de personas, que no pueden compartir “el pan nuestro de cada día” (Mt 6,11), y sin un compañero próximo (sin prójimo alguno), la mente se confunde y se pierde: “no es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2,18).
La caricia del prójimo se anhela ante la distancia de la soledad: “Cuando dos o más estéis reunidos…” (Mt 18,20): el amor busca la cercanía, tanto como el odio la distancia. Y es que el hombre comenzó a humanizarse cuando se vio en el espejo de Eva: “esta es carne de mi carne” (Gn 2, 23).
Las secuelas de este confinamiento son impensables. No somos ermitaños, somos cristianos !amantes de lo humano! Necesitamos sacar a pasear al niño que llevamos dentro, tanto como al que tenemos fuera. El ser humano tiene que relacionarse (La Biblia es la biblioteca de nuestras tradiciones que nos enseña a relacionarnos desde el Génesis al Apocalipsis. Desde el alfa al omega, que diría Teilhard de Chardin).
La niñez, junto a la virginidad (y no me refiero al sexo), no debemos perderla. Con la edad nos hacemos más niños: aumenta la necesidad de ser querido, de salir de la soledad y de compartir. Nuestros mayores decían: hace falta mucha edad para llegar a ser joven.
Todo está dicho, porque “todo está cumplido” (Jn 19, 30). La humanidad sigue su caminar, creando un nuevo logos para intentar explicar el misterio que siempre rodea a la vida y a la muerte.
El logos cambia, pero la humana verdad (por eso es divina), está revelada en el Evangelio desde hace siglos. Únicamente necesitamos saber interpretarla conforme a los signos de los tiempos.
Razón tuvo Robert Jastrow, director del Observatorio Mount Wilson, donde se descubrió la primera evidencia de la teoría del Big Bang, al decir: “El científico ha escalado las montañas de la ignorancia, está a punto de conquistar el pico más alto y, cuando se alza sobre la roca final, es recibido por un grupo de teólogos que estaban sentados allí desde hace siglos”
No es difícil comprender los motivos que tuvo Werner Keller, al titular su conocido estudio sobre arqueología, con la siguiente frase “Y la Biblia tenía razón”. Sí, la tenía y la sigue teniendo.
El ser humano siempre siente la necesidad de humanizar y de trascender su mundo. Mas no es posible crear un futuro sin trascender el presente y, ¿Cómo trascender el presente si desconocemos el pasado? Quien olvida su historia está condenado a repetirla.
Los profetas (incluyamos a Nostradamus, a quien tanto recuerdan en estos momentos las mentes predestinadas), han tenido muy presente el pasado, pero no para adivinar el futuro, sino para trascender el presente: "Lo que es, ya antes fue; lo que será, ya es Y Dios restaura lo pasado."(Qo 3,15). “Nada nuevo bajo el sol” (Qo 1,9).
El pesimismo del Qohelet nos muestra la imperiosa necesidad que tiene la humanidad de trascender el infortunio: más allá de cualquier horizonte, siempre hay otro posible aguardando al caminante: Dios.
La experiencia de la muerte (el pasado es muerte, no existe), nos abre a la experiencia del presente, que es donde siempre se encuentra la vida. Creyentes o ateos aprendamos del presente para no volver a repetirlo.
LA RESURRECCIÓN ESTÁ LLEGAND0
Cuando un creyente, no importa su creencia, quiere opinar sobre la existencia o no del más allá, lo hace a través del conocimiento que tiene del más acá. Todo lo que no sea esto, es invención. Por esa razón, desde hace siglos, los cristianos somos los del camino, porque la meta, al ser infinita, se aleja según nos vamos acercando a ella. La resurrección, en cuanto meta, se intuye… según se busca, y se busca, según se vive. Lo demás…vanidad de vanidades.
Y hoy vivimos una experiencia única para expresar la resurrección que está llegando. Cada uno, desde su propia soledad, espera volver a vivir (aquí y ahora la esperanza se ha universalizado), pero no con la agonía de la muerte rondando a nuestro alrededor, sino tratando de vencer su afilada guadaña con la inteligencia y dones de ciertas privilegiadas mentes, que al común de los mortales solo nos queda admirar.
La unión de estas mentes es lo que en cristiano se llama hermandad. Poco importa lo que cree cada una de ellas por separado, lo importante es que sean capaces de comunicarse entre ellas, de creer que el antídoto a tanta muerte inocente, está esperando detrás del velo de la ignorancia. La novedad, cuando salva, siempre es Evangelio. Como el viacrucis del Papa Francisco contado a través de las vivencias de los presos encerrados en cárceles italianas.
Esa unión es lo que nos reveló Cristo al vencer la muerte: ¡Cristo! que siendo el mismo que Jesús, no es lo mismo. La unión de estas mentes es pura energía que no se ve, pero que está ahí tratando de salvarnos. Esa invisible musa que les une lo definimos como Espíritu. El logos hecho carne, nunca alcanzará la resurrección: ha de morir en la cumbre de cada personal Gólgota. Entre tanto, la resurrección siempre está llegando.
Todo lo humano puede ser trascendido, y al igual que el centurión romano ante la cruz confesó la singularidad de lo que estaba presenciando, ahora, viendo como mueren tantos hermanos, todos, aunque crean no sentir los lazos espirituales de la nueva humanidad, se dejan invadir por la energía de un amor que está recorriendo el mundo y que recuerda la infatigable tarea de aquellas primeras comunidades cristianas, libertando a sus contemporáneos de la esclavitud y opresión del virus de la tiranía.
Hay que creer que la vacuna llegará y la vida vencerá. Así, también, el creyente cree que la vida plena llegará y la muerte será vencida. Esa es la añorada resurrección que está llegando… desde el instante que nacemos. Resurrección que solo puede ser expresada partiendo de la particular experiencia de cada ser humano. Por ello cada evangelista la narra de forma distinta.
La Semana Santa que hemos vivido nos ha mostrado por primera vez, y de una forma objetiva, lo que en Galicia se llama “La Santa Compaña” o lo que hoy denominamos COVID 19.
Ambos muestran la procesión de la muerte, pero la invisible unión de estos científicos que creen y por eso crean, no se hará esperar: Y ante tanta muerte (con Cristo morimos todos), llegará la resurrección, ahora en forma de vacuna, mañana… ese mañana ha de ser expresado conforme a la creencia personal.
La palabra escrita expresa el sentir de quien la crea. Yo creo en un más allá, esculpido en un más acá, con el cincel de los que viven para hacer el bien (en hebreo amar). Cada ser humano, consciente o inconscientemente, y partiendo de su devenir, cree y crea su propio futuro. Los que no hemos llegado a la meta, pero estamos en el camino, intuimos un futuro impensable. Ese futuro es la resurrección que va más allá del medicamento o vacuna que todos estamos esperando. Pero si no creyéramos ahora en el antídoto a la muerte, difícilmente podríamos trascenderlo para soñar en la Trascendencia.
Existen muchas formas de estar muerto. Luchemos y trabajemos por salir de nuestros sepulcros. -La casa se me viene encima-, decían nuestros mayores y hoy repetimos cual insistente letanía. Nada se cae, si ante tal derrumbe nos levantamos y esperamos una vida mejor. En los oídos de los quieren escuchar, resuenan aquellas palabras de Jesús ante la tumba de Betania ¡Levántate Lázaro!
Tras el dolor de la cruz, siempre es posible encontrar el gozo de la resurrección que está llegando, si trabajamos para que el mundo mejore, aún en las peores circunstancias de la vida.
SEMANA SANTA VERSUS CORONAVIRUS
Las gargantas que gritan el sentimiento de la Semana Santa están mudas por el dolor: las saetas vuelan silenciosas por el corazón del penitente, que al margen de sus particulares creencias hoy se siente, nos sentimos, más unidos (noche tas noche aplaudimos esta renovada hermandad).
He leído o visto en algún medio que este año no habrá Semana Santa, no es así, en todos los años de mi existencia, he de confesar que jamás una Semana Santa ha sido tan cruelmente penitencial.
Parece ser que hasta el tiempo va a acompañar a las calles ausentes de las imágenes del Cristo yacente y la Virgen Dolorosa. El cielo va a llorar por tanta lágrima seca en recuerdo de los que nos han dejado o de los que están a punto de hacerlo.
Cristo muere junto a los familiares, amigos y vecinos difuntos, que no precisan del turismo que por estas fechas invade el suelo español, porque sus fantasmales procesiones de féretros recorren las calles del mundo entero.
No habrá Virgen de las Angustias en nuestras plazas, pero ello es debido a que se ha refugiado en nuestros hogares. Aquí y ahora el dolor de la Semana Santa se ha universalizado.
A nosotros nos queda el consuelo de la esperanza, el consuelo de saber que tras tanta muerte siempre hay una resurrección. La resurrección de ver que la oscuridad y negrura de tanto luto, se está convirtiendo en el blanco de nuestros sanitarios que, como nueva encarnación del Cristo doliente, siguen dando la vida para salvarnos. La entrega de nuestro ejército: fuerzas armadas… de amor que recorren España ayudando, como el cirineo, para que la cruz sea más llevadera. Y la de tanta y tanta buena gente que nos ayudan desde el silencio de los tambores que solo redoblan en el alma de los agradecidos que estamos silentes y encerrados en nuestros hogares, como el sepulcro ante la roca que ha de rodar en tiempos que parecen más cercanos hoy que ayer.
¿Quién es el culpable de tanto dolor? ¿Judas, Caifás, Pilatos, El Sanedrín, ellos, nosotros? A tanto nombre del pasado le hemos puesto un apodo en el presente: Ya no es la corona de espinas, ahora es la del corona-virus la que anuncia la crucifixión de nuestros futuros. La muerte, como cada Semana Santa pretende enseñorearse de la vida, pero para nosotros no hay más que un Señor: Cristo que aunque muerto, resucitó y sigue resucitando a todos los que nos están dejando.
Semana Santa versus coronavirus.
UNA LAMENTABLE SOLUCIÓN
Cuando lo oí por primera vez pensé que lo había entendido mal. Cuando lo oí por segunda vez tuve la sensación de que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Pero he seguido escuchando esta noticia en otras reiteradas ocasiones y ahora no me cabe la menor duda: la ciencia ficción de ayer se ha convertido en la realidad de hoy.
Lo que más me extraña es que hasta este momento ninguna voz de nuestra sociedad ha respondido ante semejante, según mi humilde opinión, insensatez.
Si hasta este momento, Vd. querido lector no sabe de qué hablo, es, posiblemente, porque de alguna forma la noticia le ha pasado desapercibida.
La noticia a la que me estoy refiriendo la podemos escuchar constantemente en los medios televisivos: si Vd., querido lector, enferma, será atendido en los centros hospitalarios siempre que tenga más posibilidad de supervivencia. Es decir, que si va a un hospital y tiene la mala suerte de que un joven necesita la UVI y Vd. tiene 70 años, dado que el joven tiene más posibilidad de vivir, será atendido prioritariamente.
En la época de mis mayores era a la inversa, quien necesitaba más cuidados era aquel que estaba en mayor peligro. Por esta razón no mandaban a la guerra a los mayores, sino a los jóvenes.
Ahora la caridad bien entendida comienza por aquel que menos problemas nos dé. La elección de la vida y la muerte la quitamos de las manos de Dios y la dejamos en las nuestras.
¿No sería más lógico intentar, por ejemplo, antes de realizar tamaña solución, situar en los hoteles que no van a poder recibir clientes según la nueva normativa del coronavirus, UVIS, tantas como sean necesarias? ¿Siendo exportadores de hospitales de campaña, no podemos ampliar las camas situando estos hospitales junto a los existentes? ¿No podemos, como en tiempos de guerra, requisar temporalmente industrias para que se dediquen a fabricar los bienes que estamos demandando en la actualidad?
La Iglesia (pertenezco a ella), que tanto se preocupa por el cuidado del neonato ¿no debería cuidar con más fuerza a los ya nacidos, especialmente si son los más vulnerables? Aquí no se trata de seleccionar sexo o actitudes, según la obra de Aldous Huxley “Un mundo feliz”, se trata de algo peor, se trata de seleccionar quién debe morir y quién no.Por eso necesito oír la voz de mi Iglesia.
Sé que mi voz se perderá y apenas será escuchada, pero si no digo nada me sentiré peor de lo que estoy. Jamás pude imaginar semejante medida ante una pandemia. Cualquier solución es más humana que la tomada por nuestras autoridades sanitarias (mientras escribo estas líneas, parece que comienzan a tomar otras soluciones.
Y como no quiero ser un antihéroe, hago lo que me permiten: pensar, aplaudir a los que entregan su vida por salvar las nuestras, quedarme en casa y pedir a Dios que no me tengan que ingresar estos días en un hospital. Y cómo no, agradecer a fuerzas armadas, policía, sanitarios y tantos otros que están dando lo mejor de sí, transportistas, dependientes y al propio gobierno, que aunque tarde, parece que ya sabe para qué sirve nuestro ejército (más vale tarde que nunca).
LA OTRA CARA DEL CORONAVIRUS
Decían nuestros mayores: no hay mal que por bien no venga. Ahora que el coronavirus nos tiene encerrados a buena parte de los españoles, recomiendo, especialmente, la lectura, amén de la T.V. (estamos batiendo récord de audiencia). Y hablando de lectura, os envío esta reflexión que puede quitaros el tedio mientras posáis la vista sobre este blog.
En estos momentos que estamos viviendo, comprendemos lo efímera que es la vida. Todo puede cambiar de instante en instante. Y la muerte nos recuerda que está constantemente al acecho.
Los cristianos vivimos la realidad de la muerte, desde el nacimiento, pues el bautismo nos revela que sólo quien está dispuesto a aceptar la muerte con Cristo, puede comenzar a vivir.
Hoy, esta verdad también la puede vivenciar quien comprueba, al margen de sus creencias, que la muerte siempre está en la otra cara de la moneda. Así, en pocas circunstancias de nuestra existencia podemos apreciar la vida y aprender a vivir, como en la actualidad.
Todo nuestro planeta se une solidariamente ante el temor de un virus. Y los que ayer desde oriente lanzaban un S.O.S., hoy son los que auxilian a occidente. En nuestra cercanía, las farmacias no tienen mascarillas y las tiendas chinas ¡paradoja!, regalan miles de ellas. En Madrid hace falta sangre y pasados dos días los hospitales anuncian que han cubierto sus necesidades gracias a la respuesta de los donantes.
Guardando el temor, la gente sale a las ventanas para aplaudir a los sanitarios y con ellos, a tanta buena gente que ante la cercanía de la muerte, vive la vida, entregándose al prójimo.
Siempre la cruz, nos conduce a la resurrección. Los cristianos sabemos que no debemos quedarnos en la cruz, pues nos inunda la esperanza y la esperanza, como el vaso medio lleno (para los que no esperan está medio vacío), confía en que los científicos consigan pronto el remedio a la crisis actual. Mientras escribo estas líneas, oigo en T.V. que están a punto de encontrar la esperada vacuna.
No hay mal que por bien no venga, hoy hemos oído a todos nuestros políticos hablar con cierta sensatez (la excepción confirma la regla) ¡Por fin! Esperemos que cuando esto acabe, no vuelvan a atrincherarse en sus particulares intereses: remando juntos avanzamos más y mejor. Nosotros los que creemos en un más allá, trabajamos en el más acá para terminar, dentro de nuestras posibilidades, con esta pandemia. Asi sea.
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